Para qué debatir cosas serias si puedes gritar «¡Gibraltar español!»
Las protestas del Gobierno español por la visita de David Cameron a Gibraltar y la unanimidad entre la clase política por reivindicar la españolidad del Peñón no ocultan que el «Brexit» y los futuros recortes que impondrá Bruselas han pasado desapercibidos en campaña.

Gibraltar es una especie de reptil peninsular cuya sola mención provoca la cohesión absoluta del nacionalismo español y que tiende a reaparecer únicamente en verano, en el momento en el que no hay noticias y una buena polémica te hace la semana. A las puertas del 26J, y no por deseo de los líderes del Estado, la tradicional serpiente estival ha adelantado su salida a la superficie con la visita al Peñón del primer ministro británico, David Cameron, también en campaña, aunque en este caso del referéndum que determinará la continuidad o salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. La muerte a tiros de la diputada laborista Jo Cox provocó la suspensión del mitin, primero que un mandatario londinense daba en Gibraltar en décadas, pero no ha impedido que los líderes españoles clamen por la «españolidad» del Peñón, muestren algunas de sus graves carencias democráticas y, de paso, evidencien asuntos serios no abordados en esta semana de mucho eslogan y poco contenido.
Existe una contradicción objetiva entre los aspavientos de rechazo a la visita de Cameron a Gibraltar y los motivos del premier para desplazarse al Peñón. No parece que el principal objetivo del líder laborista fuese ofender al siempre susceptible patriotismo español. El referéndum sobre el «Brexit» se celebra el 23, tres días antes de los comicios en el Estado, y las encuestas apuntan a una victoria de los partidarios de la ruptura. Gibraltar es uno de los territorios británicos que más rechazan la salida de la UE porque temen que podría tener graves consecuencias para su día a día. Así que era lógico buscar su voto. En eso, los intereses de «llanitos» y de la clase política española que los mira con tanto recelo coinciden. A Madrid, en principio, tampoco viene bien que Gran Bretaña haga las maletas.
En primer lugar, por la inestabilidad económica que se prevé, que se uniría a la ya de por sí frágil situación del Estado. En segundo, por los intereses financieros (empresas británicas en el Estado, compañías españolas en las islas, y el turismo). En tercero, en clave presupuestaria. Como publicaba recientemente ‘‘El Confidencial’’, el Estado español podría pasar de ser un país receptor neto de los fondos de la UE a convertirse en donante. Si Gran Bretaña se marcha, Madrid debería aumentar su contribución a la caja comunitaria en 360 millones de euros. Teniendo en cuenta que en 2015 el balance terminó con un saldo de 305 millones a favor del Estado, no hace falta ser John Nash para ver los números rojos.
Quizás, por una vez, la testosterona española podría haber pensado que jugaba en el mismo equipo que el gobierno de la «pérfida Albión». Abrir el debate sobre Europa tampoco hubiese estado mal. En los últimos cuatro años, el papel de la Troika, con rescate y memorándum incluido, ha sido clave. Y el ahogo va a continuar. Bruselas exigirá al próximo Gobierno recortes por valor de 9.000 millones. Y eso, sin tomar en cuenta la posible multa que impongan las instituciones europeas por el incumplimiento del déficit. La discusión no es solo sobre el «Brexit», sino qué papel juega el Estado, como parte del sur de Europa empobrecido, en una UE que hace aguas por todos lados.
Ejemplo de cómo eludir las respuestas es Mariano Rajoy en el debate. Cuando Vicente Vallés le recordó que su promesa antes de acceder a La Moncloa en 2011 fue «no recortar», el presidente en funciones respondió: «¿que prometí que no iba a recortar qué?» Le faltó mutar de su tradicional rictus impasible y soltarle al periodista: «¿A que no me lo repites en la calle?»
La «herencia recibida» y la imposibilidad de hacer otra cosa que acatar puede ser utilizada por cualquiera, incluso por el PP, a pesar de estar en La Moncloa. Más allá, no hay discusión. Ni siquiera desde Unidos Podemos se plantean novedades, concentrados como están en rechazar el «quieren sacarnos del euro» que enarbola el establishment. No se olvide el ejemplo de Grecia. Hace un año, tras el referéndum, había una cosa clara: rechazaban más recortes pero, en general, no querían oir hablar de un «Grexit». No será diferente en el Estado.
Si algo ha quedado claro es la lógica utilitarista sobre la democracia que tienen las élites: solo preguntar cuando se está seguro de ganar. Y a veces ni eso. El ministro Margallo abroncando a Cameron por convocar a las urnas (también en Escocia) demuestra que, para ellos, mejor un buen «¡Gibraltar español!» que un debate entre adultos.

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