M. AIZPURUA (Enviada especial)
La haBanA
Elkarrizketa
JORGE ROMERO
GENERAL DEL EJÉRCITO REVOLUCIONARIO DE CUBA

«Las movilizaciones de estos días son otro asalto de Fidel al cuartel Moncada»

Tiene 76 amables años, una afabilidad exquisita y nada que denote su alta jerarquía militar. Es general del Ejército en la reserva. Con 15 años se sumó a la guerrilla. Desde Playa Girón, ha vivido los momentos clave de esta Revolución que, afirma, no corre peligro de diluirse.

Hijo de una familia de la burguesía acomodada de Manicaragua, nos recibe en su casa de La Habana y nos cuenta que él, por pertenecer a aquella clase social que lo tenía casi todo mientras otros no tenían nada, pudo estudiar el Bachillerato. Describe una Cuba totalmente distinta a la de ahora. De toda Manicaragua solo eran trece los jóvenes que estudiaban. Su relato habla de pobreza y desigualdad extrema y fue, precisamente, su recorrido intelectual a partir de los estudios el que encaminó sus pasos e imprimió un viraje a su vida. Conocía al detalle la progresista Constitución de la que se dotó Cuba en 1940; más tarde llegaría el golpe de Estado que llevó al dictador Fulgencio Batista al poder y pudo ver la feroz represión desatada contra el pueblo. Eran los tiempos en los que, señala, los partidos políticos «bailaban al son de la tiranía».

Dice que se hizo revolucionario de forma natural, allá por los 13 ó 14 años, en el fragor de luchas estudiantiles, manifestaciones y acciones de protesta en las que fue detenido en más de una ocasión. «Imagínate, en mi familia se vivía una situación contradictoria. La Revolución por la que yo luchaba le confiscó a mi padre las tierras, las casas, las fincas… Sí, muchas contradicciones, obviamente, y aunque no toda la familia lo vio así, mi papá sí era una buena persona. Le afectaba mucho, claro, pero él comprendía las razones».

Y él, en esta situación atípica, era un revolucionario sin encuadre militar. «Nunca me gustó la vida militar ni la organización militar. Repudiaba a aquellos policías y militares. En aquellos tiempos era antimilitarista y antipoliciaco pero de buenas a primeras me encontré en el Ejército. Allí estaba yo», comenta con humor.

En ese «de buenas a primeras», un Jorge Romero de 20 años dirigió el primer batallón que entró a defender Playa Girón de la invasión de EEUU. Una gesta épica sustentada en la fuerza moral más que en las armas. «Aquellos militantes milicianos estaban muy mal armados –recuerda–. Mi batallón era de los mejores, pero no teníamos ni antiaéreos, ni nada contundente que pudiera hacer frente a aquella amenaza». Se ríe con ganas al recordar que ni siquiera pudo llevarse una cantimplora y que a las seis horas de entrar en combate ya estaba pasando hambre. Una gesta que se recuerda en Cuba y que trascendió al mundo. «Combatieron como leones», asegura Romero.

Tras la batalla de Playa Girón fue nombrado teniente. De comandar un pequeño batallón pasó a dirigir a seiscientos combatientes que participaron en infinitas batallas contra la dictadura de Batista.

Lucha contra bandidos

Herido gravemente en una explosión, le quedan ocultas cicatrices en su cuerpo y tres dedos amputados por la acción de la metralla. Aprovechó su estancia en el hospital para enviar un recado al comandante Almeida. El teniente que defendió con reconocida audacia Playa Girón, quería saber si podía estudiar Medicina. «Díganle a Romerito –decía el mensaje de vuelta, que sí, que va a ser médico, pero médico social». Almeida no quiso perderle, así que «seguí en el Ejército», explica con un gesto divertido.

Entre 1961 y 1965, se empleó a fondo en la «lucha contra bandidos», como se llama en Cuba a la pelea librada contra la contrarrevolución estadounidense. No duda a la hora de calificarles: «Eran auténticos criminales, que ahorcaban a los alfabetizadores y asesinaban familias enteras. Eran bandidos porque sus procedimientos eran bandidescos». Y abunda en la explicación: «La guerrilla se gana al pueblo; está del lado del pueblo. Los contrarrevolucionarios estaban al lado de los intereses de los capitalistas, de los terratenientes, de los americanos. Además de bandidos –insiste–, eran unos apátridas».

A ello le siguieron duros combates por la costa enfrentándose a la temida invasión que, durante la crisis de los misiles de 1962, les colocó «a un tilín de que nos dieran el golpe atómico». Romero comunicó a su batallón, formado por jóvenes voluntarios, el colosal riesgo que amenazaba sus vidas. «Les dije que podían marcharse, que no había que dar explicaciones, que eran libres para irse». Ni uno solo lo hizo, explica, y rememora aquellas noches. «Aquellos jóvenes amenazados con desaparecer en un momento de la faz de la tierra eran capaces de defender su país y cantar y hacer música con sus tambores en la playa». «Esto –dice– es un ejemplo del temperamento cubano».

Paulatinamente, Romero fue ascendido hasta alcanzar el grado de general. La fotografía en la que Fidel Castro le otorga el rango ocupa un lugar especial en su casa de La Habana.

Quien se dice militar «por un estado de la consciencia», «por Fidel, por Raúl y por el Che», luchó en Angola, entre 1976 y 1979, en una tierra donde el paludismo mató más combatientes cubanos que las balas, y también en las guerras de Etiopía y Nicaragua.

Angola y la solidaridad

Habla de Angola y subraya, para explicar el alcance de la figura de Fidel, que la guerra la dirigió él mismo desde Cuba. «Indicaba en qué punto exacto había que actuar, qué cruce y qué carretera había que controlar», y afirma que su capacidad estratégica era fuera de serie: «Tenía un don especial. Raúl decía que Fidel oye crecer la hierba y es cierto. Lo digo sin ningún misticismo, veía más allá del horizonte, con la mirada puesta donde el mirar no alcanza».

Recuerda también la actitud personal con la que el comandante en jefe enfrentaba los problemas. «Ponía en riesgo su propia persona, porque creía que era su obligación estar allí. Lo hizo en Playa Girón y lo ha hecho en todos los ciclones que han pasado por Cuba. Le recuerdo cuando fui con Fidel al Flora, el más devastador que ha sufrido el país en las últimas décadas y aunque todo el mundo le decía que no se pusiera en peligro, él decía que ese era su lugar, en la primera línea».

Sobre la permanente amenaza estadounidense, sostiene que ha logrado el efecto contrario que perseguía. «Los americanos nos han hecho de todo; nos envenenaron la caña de azúcar, el café y los cerdos, incendiaron los cañaverales…, pero eso nos ha hecho crecer y aprender, y de no saber nada de química ni de nada, hemos pasado a ser una potencia en investigación científica. No han podido con nosotros y nos han hecho más fuertes».

El valor del altruismo

Esta es, a su juicio, una de las claves para entender la razón de que la gente sienta tanto la muerte de Fidel. «Nos cambió la mentalidad y con él se va el hombre que nos enseñó a ver la vida desde otro punto de vista. Nos inculcó el altruismo, y es el gran valor que tenemos. No hay otro país en el mundo, y mira que somos pequeños, que haya enviado tantas brigadas a tantos países para dar ayuda humanitaria. A África o a Asia, donde haga falta. Si ocurre un terremoto, ahí van los cubanos como fueron a combatir el virus del ébola. Ahí está la esencia de nuestra Revolución –sintetiza–, en el desinterés y el altruismo del pueblo cubano, que no tiene parangón en otro lugar del mundo».

El general Romero desgrana otros factores, como el hecho de que en el primer año de la Revolución, Cuba fuera el primer país de América Latina que quedó libre del analfabetismo y de que se reconociera el derecho real de todo cubano a la educación y a cuestiones vitales, como que en la isla todo el mundo tenga su casa, más o menos modesta, «pero todo cubano tiene una casa, un cobijo». Lanza su mirada a otras latitudes para advertir que «la palabra desahucio está oxidada en Cuba. Va a desaparecer del lenguaje porque no se usa. Aquí, al contrario de lo que ocurre en otras partes, no hay desalojos ni desahucios».

Confiesa que casi no puede ver la televisión estos días de homenaje a Fidel Castro. La conmoción aún le supera y al escucharle hablar del líder cubano, se comprende en toda su amplitud la frase que encabeza un poema que ha escrito para sacudirse la tristeza: «Ni la muerte te podrá derrotar», dice el texto y oyéndole, se entiende que es más que una frase.

«Los cubanos queremos a Fidel. Y queremos a Raúl. Sabemos que Fidel es irreemplazable, pero lo que ocurre es que Raúl es Fidel; es su hermano y es su hijo».

Le preguntamos qué diría a quienes afirman que lo que hay en Cuba es una dictadura. «En las dictaduras tienen que usar la violencia para buscar apoyo y me pregunto cuántos policías harían falta para llenar con un millón de personas la Plaza de la Revolución y, una vez llena, que no se fueran de ahí, que aplaudieran y que gritaran». «Una dictadura –continúa– te puede llevar a la fuerza a un lugar, pero no te puede hacer reír, no te puede hacer llorar, ni aplaudir ni gritar con emoción ‘Yo soy Fidel’». «¿O es que la carretera central se ha llenado a la fuerza?», repregunta en referencia a la vía por la que se han conducido las cenizas de Fidel y que ha reunido un gentío permanente en su despedida. «Haría falta un Ejército de dos millones de hombres para obligar a la población a hacer todo esto que está pasando».

«Yo soy general del Ejército, mi casa está abierta, hablo con el limpiabotas y todos me saludan con afecto, saben que soy general y me tienen simpatía por ello. Y me río con ganas cuando el vendedor de maní del barrio me saluda por la mañana al grito de ¡buenos días general electric!», asegura.

Dice con pleno convencimiento que este pueblo cubano de hoy es la gran obra de Fidel. «La obra de Fidel no es solamente la oratoria, es la realidad; en cada casa hay un vestigio de Fidel». «Somos un pueblo numantino, que prefiere morirse antes que entregarse. Eso es Cuba. Estoy convencido de que si se diera una agresión, el pueblo respondería; incluso quien ahora se queja de la situación, de los precios… de muchas cosas, porque perfecto no hay nada, todo es perfectible, pero lo esencial, la posibilidad de crecimiento de las personas está abierta en Cuba».

Sostiene, además, que no puede explicarse de otra forma el que una pequeña isla ubicada a pocas millas de la primera potencia del mundo pueda soportar su feroz bloqueo. «Antes de la Revolución aquí no teníamos nada; no había almacenes, ni fábricas, ni producción. Todo se traía desde Estados Unidos. El asedio nos ha obligado a crecer, en todos los terrenos, también en la investigación. Hemos crecido para dentro y para afuera, en la solidaridad internacionalista. Nosotros damos lo que no nos sobra, lo poquito que tenemos, porque el que da lo que le sobra no da nada. Nosotros damos lo que nos hace falta y esto también es obra de Fidel».

Los tiempos que vienen

Sobre las generaciones jóvenes y lo que puedan representar como cambio para el futuro, el general toma las palabras del presidente, Raúl Castro, para señalar que «los jóvenes se parecen más a la época que a sus padres». Alude a que los tiempos cambian y, «de la misma forma que yo no podía pensar en un celular porque en mi época no existían», dice que la evolución en la juventud se dará inevitablemente. Y, con una sonrisa, añade: «Y será a mejor, porque son más cultos, más deliberativos, tienen personalidad propia y es bueno que sean así, porque eso es revolucionario. Estos días, la juventud cubana se está movilizando allá donde van las cenizas. Estas movilizaciones de hoy son otro asalto de Fidel al cuartel Moncada».

Cree que la Revolución está asentada para muchos años. Y no ve riesgos en la adhesión y fidelidad de la población, sino todo lo contrario. Indica, en este sentido, que la media de edad de la Asamblea Nacional (Parlamento) es de 35 años, que la mitad son mujeres y la mitad negros, que Laso, su presidente, era un cortador de caña y que una persona joven como el vicepresidente Díaz-Canel ocupa el segundo cargo más alto del país. «Es el material con que está hecho esto. Lo decía el Che, que la arcilla fundamental de la Revolución es la juventud».

«En la medida en que la juventud vaya llegando a los altos cargos políticos va a hacer más sólida la Revolución», manifiesta risueño y convencido este hombre que nació en la burguesía, quiso ser médico y terminó siendo general de una revolución.