Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Z. La ciudad perdida»

Poema al explorador perdido

Transcurrieron cuatro horas de la manera más desesperantemente infructuosa. Ahí estaba aquel cineasta, tumbado en la cama, con la mirada perdida en el techo, preguntándose si alguna vez volvería a conciliar el sueño. En aquel momento, dicho escenario se descubría como un horizonte lejano. Casi inalcanzable. Y ahí estaba aquella voz, insistente como la conciencia, introduciendo infinitas variaciones en el perpetuo susurro que día y noche repetía: «Hay algo oculto. Ve y descúbrelo. Hay algo perdido que te espera. ¡Ve!».

Ahora se sabe que estas últimas palabras, escritas por Rudyard Kipling en 1898, tuvieron una gran influencia en Percival Harrison Fawcett, explorador británico conocido entre sus camaradas como el “Livingstone del Amazonas”. Por lo visto, cada vez que al hombre le fallaban las fuerzas en una de sus expediciones, encontraba refugio en dicho poema, el cual le recordaba por qué estaba jugándose la vida a miles de millas de sus seres queridos. No era para cartografiar territorios desconocidos ni para encontrar civilizaciones perdidas en el tiempo. Era para librarse a la maravillosa incertidumbre de la aventura; a aquella misteriosa obsesión, potencialmente letal, pero al mismo tiempo, tal vez, secreto de su eterna juventud.

Fantaseemos y supongamos que Mr. Fawcett se reencarnó en James Gray. Pongámonos pragmáticos y asumamos que este director (auténtico prodigio a la hora de conjugar lo moderno con lo antiguo) ha logrado captar el romanticismo del espíritu de esos pioneros, y lo ha plasmado en su última película. “Z. La ciudad perdida” es mucho más que un biopic de Percy Fawcett (ese loco que se perdió, pero que seguro que encontró lo que buscaba). Es el resurgir y la actualización del cine clásico de aventuras. Es un espectáculo de factura técnica brillante; de alma tan inspiradora como la obra de Kipling o, ya puestos, como todo el legado de Fawcett.