Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Operación Concha»

Del «puticlub» al Premio Donostia

Lejos de caer en la catástrofe del despropósito filmado y aunque se asoma peligrosamente a este abismo durante un buen trecho del metraje, la quinta experiencia en el largometraje de Antonio Cuadri se presenta como un divertimento cinéfilo y muy inofensivo en el que impera el gobierno del caos comedido.

A lo largo del encadenado, más o menos afortunado, de chistes ya escuchados y visionados muchas veces, se cuela entre los diálogos cuestiones relativas al engranaje cinematográfico que revelan el pudor y respeto con que es tratado el propio cine. El cine dentro del cine y las comedias basadas en estafas, son los mimbres de esta función desordenada que divierte sobre todo por el saludable desparpajo que demuestra un reparto que se intuye ha disfrutado a lo largo de esta propuesta, que gira en torno a los denodados intentos de un productor sin escrúpulos, que no duda en firmar una especie de pacto con el diablo con tal de sacar adelante su proyecto.

La presencia cercana de Zinemaldia de Donostia sirve como guiño oportuno a esta carnavalesca fiesta de acentos y peluquines imposibles en el que destaca un Jordi Mollà que en su doble rol de actor cubano que está a punto de recibir el Premio Donostia y como barero onubense de un «puticlub» donostiarra, logra despertar ciertas sonrisas cómplices entre el público. El desparpajo y la saludable intención autoparódica que nos descubre Mollà –sobre todo en lo relativo a esos roles de villano latino que ha realizado en diversas producciones hollywoodenses– cuenta con el respaldo de unos cumplidores Karra Elejalde –con mostacho cercano al de Groucho Marx– y Unax Ugalde. Es una lástima que los chistes y enredos no hayan dado para mucho más de sí y todo se quede en una especie de variante de una película que, en este tipo de temáticas, sigue siendo el gran referente, “Bowfinger” de Frank Oz.