Cría cuervos y te sacarán lo ojos

La mayoría de cineastas nunca se jubilan y siguen haciendo películas hasta el mismo día de su muerte, porque son como una bicicleta de piñón fijo en la que hay que mantenerse sobre el sillín dando pedales para no caerse. Carlos Saura sigue a lo suyo, haciendo esas películas musicales por todo el mundo que luego no ve casi nadie. La próxima la rodará en México, empalmando con el proyecto dramático pendiente sobre Picasso, en el que Antonio Banderas se meterá en la piel del pintor malagueño. Mirar hacia adelante es una estupendísima filosofía, pero a los demás nos toca reflexionar sobre el trabajo non stop del cineasta siempre en activo, y sería mentirse a uno mismo no reconocer que aquel impulso de los comienzos desaparece con el tiempo, hasta el punto de que luego hay mucho de mecánica rutina profesional. Saura hizo sus mejores películas en los años 60 y 70, por lo que obviar esto a la hora de hacer un documental sobre su vida y obra tiene mucho de seguirle la corriente a un viejo cabezota.
Para acercarse al Saura octogenario que no quiere ni oír hablar del pasado, Félix Viscarret camufla su película con los usos y modos escénicos que el cineasta aragonés viene practicando en las películas de estudio fotografiadas por Vittorio Storaro. De ahí que le rodee de paneles en los que va proyectando fragmentos claves de su filmografía, pero ni por esas. Así que al de Iruñea no lo queda otro remedio que recurrir a la presión del grupo familiar, que es mucha porque Don Carlos tiene seis hijos varones y una hembra, fruto de las relaciones con cuatro mujeres distintas.
Entre los Saura Ramón, Saura Medrano, Saura Pérez y Saura Chaplin van minando la resistencia del patriarca y el ensayo fílmico empieza a cobrar sentido, toda vez que la figura paterna ha formado parte esencial en el cine con interrogantes por resolver del autor de “Cría cuervos” (1976), pastor inescrutable de su rebaño de almas.

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