Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Celestial Camel»

Viaje iniciático estepario de un niño kalmuko

Una y otra vez se repite la casuística de la película altamente recomendable que se estrena tarde y con una distribución muy reducida, lo que la hace poco menos que invisible, como se dice ahora. Y es una pena, porque “Celestial Camel” (2015) podía haber sido un fenómeno de público en salas especializadas al igual que en su momento lo fue “La historia de un camello que llora” (2003), en la medida en que ambas películas hablan sobre la importancia del animal del título en las estepas de Mongolia, ya sea en la parte china o en la rusa. Y las dos lo hacen con el máximo rigor antropológico, pero con una narrativa de rica fábula milenaria sobre la vida en pleno contacto con la naturaleza salvaje.

Fuerza telúrica le sobra a este relato iniciático del viaje hacia la madurez que emprende un niño kalmuko de doce años, contado visualmente con una sencillez tan impactante como el propio paisaje de Kalmukia, dividido entre el eterno cielo azul de su ancestral religión tengrianista y la tierra amarillenta que identificamos con el desierto del Gobi, dónde los camellos no necesitan camuflaje pues se confunden con el pajizo horizonte. Toda esa poética se transforma para el pequeño Bayir en algo innato, que forma parte de su cultura, muy hospitalaria a juzgar por la ayuda que recibe en el camino este improvisado aventurero de las áridas tierras del Volga Bajo.

Su apresurada e instintiva marcha se debe a que la camella albina se ha fugado, siguiendo los pasos de la cría que la familia ha tenido que vender a un hombre de la industria del cine para rodar una película. Y como quiera que sus padres se han ido a la ciudad para traer al mundo una nueva hermanita, Bayir se siente responsable y decide actuar en consecuencia.

El largo periplo sirve para comprender la importancia clave en esa parte del mundo de la relación entre las personas y los animales de su entorno.