Nerea GOTI
ENCUENTRO DE VÍCTIMAS DE DISTINTO SIGNO EN GASTEIZ

SEIS VIVENCIAS Y UN FIN, ESCUCHARSE Y RECONOCERSE PARA CONVIVIR

VIVIERON DISTINTAS VIOLENCIAS QUE MARCARON SUS VIDAS Y LAS DE LOS SUYOS Y LAS RELATARON A QUIENES QUIZÁ HACE AñOS NO SE HUBIERAN ACERCADO. REIVINDICARON SU VERDAD PERO TAMBIÉN LA CONVIVENCIA.

Las seis víctimas de distintas violencias reunidas ayer por el Foro Social en Gasteiz mostraron que el dolor no pierde intensidad pero es más sereno y puede resultar reconfortante cuando se expresa en un espacio de respetuosa escucha, en el que se dan dos elementos más, no dudar de ningún sufrimiento y recordarlos todos como piezas de un relato colectivo, que sirva como base para construir la convivencia.

El encuentro de ayer en Gasteiz tiene un precedente en Iruñea, en 2016. Once víctimas explicaron su experiencia de sufrimiento completando un puzle a partir de piezas de vivencias desgarradoras. A Pepe Moulia, exfuncionario de prisiones, le tocó romper el hielo y comenzó contando que se pensó esto de participar al no ser una víctima directa sino parte de un colectivo amenazado, algo «más difícil de explicar». Contó que «el colectivo siempre ha estado en contra de la dispersión de los presos de ETA y era por lo que se nos asesinaba» y ahondó en que la Constitución española determina que «las penas no tienen más limitaciones que las que estén señaladas en sentencia»

Recordó a los compañeros fallecidos en atentados, así como el secuestro de José Antonio Ortega Lara y la reunión a la que Herri Batasuna les convocó para pedirles su implicación como colectivo en el fin de la dispersión y poder así intermediar en el secuestro, según explicó. «Duró casi dos horas» y la conclusión que sacamos es que «era imposible que nos escucharan porque insistían e insistían en que nosotros teníamos que pedir y nosotros insistíamos e insistíam os que, primero, ya pedíamos, y que para la administración nosotros éramos peones».

Concluyó contando que no deja de sorprenderse, todavía a día de hoy, cuando da públicamente su respaldo a una manifestación contra el alejamiento y recibe como respuesta el reproche de alguien como Iñaki Anasagasti, que «vino a decir que yo era de Sortu» y «aprovechar así para arremeter contra la izquierda abertzale».

«Todos son muy ciertos»

Entre los testimonios hubo dos ligados a la pérdida de personas como consecuencia del conflicto en las últimas décadas. Candi Gómez tenía 16 años cuando su hermano, Enrique Gómez, falleció en un atentado del BVE en Baiona. Contó el regreso con el féretro custodiado por la Guardia Civil a toda velocidad, «con bastante miedo, en un Simca 1000 que les habían prestado y la capilla ardiente instalada durante 24 horas en el portal de vecinos. Hubo dolor, «no asimilas lo que ha pasado», apuntó, y aun así no dudó de que ha llegado el momento de «poder mirarnos a los ojos y entender el otro sufrimiento», porque «todos son muy ciertos y posibles de entender».

También rememoró la pérdida de un hermano Rafa Isasi. Fontso tenía 26 años y viajaba en coche con Pilar Arzuaga a Ourense para poder visitar en prisión a Maribi Ramila. Ambos perdieron la vida en un accidente a cientos de kilómetros de casa. Expuso el dolor que supone la pérdida de un hijo y un hermano, pero también la pérdida de una madre que nunca llegó a la visita con su hija, para una persona que se encuentra presa y aislada. A ese dolor se suma encontrar en el pueblo que los representantes de PNV, PSE y PP hablan de un accidente sin reconocer qué decisiones política s propician las condiciones para que se produzcan las muertes. Recordó que Pablo Gorostiaga tampoco pudo despedirse de su compañera y que años después Alfredo Remirez, condenado por un tuit denunciando la dispersión, ha sido alejado de Basauri a Daroca.

Su testimonio fue el de una víctima en una doble vertiente, ya que también sufrió torturas a manos de la Guardia Civil en 1989. Tras vivir aquello, de vuelta al pueblo, sufrió la negación; salvo la izquierda abertzale nadie estaba dispuesto a ver lo que «siempre ha estado ahí».

En la mesa pudo escucharse otro testimonio de torturas, el de Encarni Blanco, detenida en Santurtzi en 1992 por la Guardia Civil. Interpuso denuncia ante el Comité contra la Tortura de la ONU y este falló contra el Estado español. Participó también en el Protocolo de Estambul. Explicó que notó un «crack», que «algo se le había roto dentro», algo con lo que se convive con ayuda profesional pero que no deja de estar latente. Relató que, a la vez, hay un recorrido en «soledad», la necesidad de probar una y otra vez lo sucedido y tener la percepción de que las personas torturadas somos los «eternos aislados». «No es algo que nos hemos inventado, no es un manual», dejó sentado.

Blanca Roncal es exparlamentaria del PSE y fue concejala en Arrasate durante 16 años y uno en Oñati. En su relato habló de la «persecución», de verse señalada como «enemigo del país», cómo vivió el día a día de 12 años de «libertad vigilada», siempre acompañada por la escolta, y el «aislamiento social» que esto provoca. También cómo esta situación hizo que sus hijas abandonaran la CAV y hoy no regresen. Recordó especialmente la muerte de su compañero de partido y amigo Isaías Carrasco. «Cuando fuimos al funeral todas las ventanas de su calle estaban cerradas», relató sobre un momento en el que echó en falta que quienes le conocían condenasen su muerte.

Maite Berrocal fue concejala del PSE en Gasteiz. Su testimonio estuvo también ligado a lo que supone vivir con escolta, lo que representó para ella y su familia no poder pasear con normalidad por la calle para «no ponerles en riesgo» y que no siendo «ni nacionalista vasca ni española», ostentar un cargo público le convierta en «traidora». Agradeció a dos profesoras de su hija que se encontraban entre el público que cuidaran de ella en aquellos momentos.

Reconoció Berrocal que «las palabras son importantes», reclamó que se reconozca que «el terrorismo está mal y que estuvo mal» y demandó «mensajes construidos desde la sinceridad, desde la verdad»