Félix Placer Ugarte
Teólogo
GAURKOA

Pobreza sistémica

En un mundo dirigido y controlado por ricos, la pobreza es una consecuencia inevitable: hay pobres porque hay ricos que han acumulado de forma escandalosa la mayor parte de la riqueza mundial a costa del empobrecimiento de la mayoría. Los fríos datos estadísticos así lo muestran: el 9% de la población mundial absorbe el 85% de la riqueza del planeta, donde a un 0,7% acumula el 45% de esta riqueza cuyo 82%, generado en el 2017, fue a parar al 1% más rico de la población mundial (Oxfam). Esta flagrante desigualdad es causa evidente de la pobreza mundial.

Pero es necesario ir más allá, si se quiere afrontar con honestidad las razones últimas para que esta injusticia global se mantenga e incremente. Tal situación es debida al sistema capitalista que no sólo la hace posible, sino que incluso la promueve y favorece como base de progreso y enriquecimiento. Entonces hay que afirmar que la pobreza y exclusión son una dimensión integrada en el propio capitalismo, sistema cerrado que necesita generar pobreza en muchos para aumentar y acumular riqueza en unos pocos.

Su estrategia consiste en el beneficio por encima de todo, en el poder del mercado y posesión los medios de producción, en la manipulación de las finanzas y en la instrumentalización de los recursos naturales. En consecuencia, el sistema capitalista, en sus sucesivas fases históricas y, de forma acelerada, en su actual periodo neoliberal globalizado ha generado una economía inhumana.

Constatamos, por tanto, que estamos sometidos al imperio depredador del capital que abarca no sólo todo el entramado financiero, sino que además supedita lo político a lo económico-capitalista, conduce al hundimiento de valores en aras de un individualismo exacerbado, controla la información y se hace caldo de cultivo para fundamentalismos amenazadores y fanatismos terroristas. Destruye además de forma sistemática la sostenibilidad del planeta y de la energía y provoca un imparable deterioro ecológico de consecuencias mortíferas para la mayor parte de la humanidad: para su alimentación, cultura, convivencia y hábitat.

Estas constataciones ponen de manifiesto las dimensiones de la pobreza en el sistema capitalista. No sólo es económica (carencia de dinero para subsistir). Hay que hablar de una pobreza de alta complejidad que afecta a la vida en su conjunto y, sobre todo, a la sostenibilidad ecológica, cuyas consecuencias alarman ya mundialmente.

Esta llamada «huella ecológica» destruye la vida en la tierra, donde personas y naturaleza son inseparables y los pueblos pobres, los más afectados. Se trata de un proceso generado y fomentado por voraces mercados explotadores, que todo lo supeditan a su beneficio por medio de un consumismo creciente, colonizador y sin límites. Entonces sólo vale lo que es productivo y la vida social y sus relaciones están guiadas y valoradas en la medida de su capacidad de rendimiento económico.

Estamos inmersos, por tanto, en un sistema agresivo –como todo sistema cerrado– radicalmente empobrecedor, alimentado por una cultura cuyas redes informáticas están controladas por un pensamiento único que incentiva el consumo y el sometimiento a los dictados del capital y sus ganancias. Se ha generado, en consecuencia, una cultura suicida donde el engañoso e imposible progreso ilimitado ha invertido la jerarquía de valores dirigidos por el beneficio egoísta. La tecnociencia ha puesto al servicio de la megamáquina económica capitalista, de sus industrias, comunicaciones, mercados, su poder que llega hasta la misma generación de la vida. La instrumentalización mediática se encarga de crear falsas necesidades y alarmas que generan un miedo psicosocial y ansia de seguridad legitimadora todo tipo de control policial y limitación de libertades ciudadanas.

En definitiva este sistema ha hecho de la humanidad un nuevo Titanic que navega acelerado al límite, por intereses comerciales, con un rumbo que le conduce a un choque catastrófico contra el iceberg de la riqueza acumulada que el capitalismo ha generado en su gélido mar de insolidaridad y desigualdad.

Las preguntas son evidentes y urgentes: ¿hay solución? ¿Se puede cambiar ese rumbo? ¿Es posible orientar a la humanidad hacia un horizonte de auténtica prosperidad basada en el bien común?

Hace años que se ha encendido la alarma roja. Análisis fundamentados en datos contrastados ponen de manifiesto los errores acumulados y la orientación de la brújula capitalista hacia un progreso ilimitado. La dirección del mundo, marcada por los intereses del capital, no responde a las necesidades reales de la humanidad. Numerosos grupos, personas y organizaciones lo están denunciando. Y su conclusión básica consiste en que la pobreza en toda su amplitud y dimensiones forma parte del funcionamiento del capitalismo, de su sistema que se sostiene creando y acumulando, para unos pocos, riqueza en PIB –que ha crecido de forma espectacular– y hasta reduciendo índices de pobreza económica (para alimentar su mercado). Pero su imparable proceso productivo necesita esquilmar, deteriorar, contaminar la naturaleza y descartar personas. Es la injusta discriminación excluyente, denunciada por el papa Francisco, de una economía que mata. Y necesita hacerlo para dominar.

Por supuesto, las reacciones brotan por doquier, locales y mundiales. Se crean y ofrecen soluciones, propuestas, alternativas. Nunca en la humanidad ha habido tanta creatividad social, ecológica, cultural, humanitaria a pesar de múltiples obstáculos. La misma ONU está desarrollando los Objetivos de Desarrollo del Milenio, programados ahora con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que afrontan la pobreza en todas sus dimensiones: hambre, desigualdad, educación, mortalidad infantil, salud, sostenibilidad, desarrollo mundial. El Gobierno de la CAV asume ese reto para Euskadi donde también la pobreza, la precariedad, la marginación están presentes en una economía de signo neoliberal.

Todo es necesario para salvar a una humanidad dominada por élites económicas y por políticos sometidos a los mercados del capital y sus finanzas que conducen al desastre económico, social, ecológico y convivencial. Si el capitalismo fue una «gran transformación» para mal, se hace hoy urgente otra gran transformación para un nuevo paradigma donde la interdependencia, la religación universal, la complejidad e interioridad, la reciprocidad, el bien de personas y pueblos superen los modelos individualistas, dominantes patriarcales y sojuzgadores, en definitiva, capitalistas.

Los desafíos son enormes, de profundo calado, donde el muro de los intereses del capital se alza amenazador y beligerante y, además, parece inexpugnable puesto que posee recursos enormes para mantener su excluyente dominio mundial. Incluso es capaz de mostrar tentadoras fachadas de un capitalismo de rostro humano. Es cierto que todavía no se ha diseñado el paradigma global y viable, alternativo al capitalismo neoliberal. Pero en las alternativas y experiencias hoy en progresivo desarrollo se muestran claros signos de otra conciencia, de otra manera de conocer (otra epistemología), de formas nuevas de comunicación entre personas, pueblos y culturas, de colaboración integral para vivir en un mundo diferente, donde la igualdad, la justicia social, los derechos humanos individuales y colectivos sean respetados y todas las personas y pueblos vivan con dignidad y calidad de vida.

En Euskal Herria se elaboran y proponen formas alternativas económicas, modelos laborales y empresariales cooperativos, estilos compartidos en una nueva economía, soberanía alimentaria y desarrollo ecológico sostenible para lograr un bien común de igualdad y justicia social. Desde este esfuerzo solidario y democrático, con plena libertad de decisión, extensivo a todas las dimensiones de la vida social, política y cultural, abierto a quienes buscan refugio, será posible afrontar desde lo local la complejidad sistémica de la pobreza y ofrecer un nuevo estilo de vida compartido y equitativo.