Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «The Rider»

La balada de «The Lusty Men»

Mientras visionaba “The Rider” me resultaba casi imposible no escuchar el crujido de los huesos de Robert Mitchum en “The Lusty Men”. La antológica película que rodó Nicholas Ray en 1952 concentró todo lo que suponía el rodeo para mostrar el crepúsculo de los jinetes que un día cabalgaron libres y salvajes en el western y que se veían abocados a una reconversión circense de su modelo de vida tradicional. Como tantos otros filmes posteriores, en esta producción independiente también topamos con esos ecos encarnados en la figura de un Brady Jandreau que se interpreta así mismo metiéndose en la curtida piel de una estrella del rodeo que, a resultas de un accidente, se verá en la obligación de reencontrarse así mismo. La cineasta Chloé Zhao fija su interés en la figura del cowboy vapuleado para plasmar en la pantalla un viaje de reminiscencias iniciáticas en el que el protagonista busca dejar atrás su pasado mientras recorre el corazón de los Estados Unidos. Al igual que Jandreu, el resto de integrantes del reparto se interpretan a sí mismos para dar forma a un fresco habitado por personas heridas física y emocionalmente y en el que se asoma este hálito de esperanza que subvierte el desencanto. “The Rider” es un filme austero en su forma visual, muy evocador y cargado de lírica en el que humanos y caballos comparten una relación cargada de complicidad y altamente peligrosa. Zurcida mediante escenas dotadas de un gran impacto visual e íntimo, destacan los que el protagonista comparte junto a su hermana autista y los recuerdos que asoman a través de las charlas entre Javreau y su mejor amigo, otro curtido jinete de rodeo que a resultas de una mala caída quedó tetrapléjico. Resulta muy interesante que “The Rider” no pueda ser considerada ni documental ni ficción porque su equilibrio exquisito lo sitúa en ese territorio en el que importa muy poco el género.