Hegoi Belategi
UNA COMUNIDAD COMPROMETIDA AL OTRO LADO DEL ATLÁNTICO

PALESTINOS EN CHILE, EL COMPROMISO DESDE LA DIÁSPORA

Con cerca de 500.000 mujeres y hombres, la diáspora palestina en Chile constituye la más numerosa fuera de un país árabe y una de las más influyentes en el país andino.

La diáspora palestina es probablemente una de las más reconocidas en el mundo, especialmente porque gran parte de ella se compone de refugiadas y refugiados que tuvieron que abandonar su hogar con lo puesto tras la victoria militar israelí en 1948, que marcó el inicio de un éxodo que a día de hoy continúa. La Naqba, el desastre palestino, obligó a cientos de miles de ellos a huir a países aledaños, en particular Líbano, Siria y Jordania, tras ser expulsados de sus hogares por las autoridades israelíes. Este proceso ha continuado ininterrumpidamente desde entonces y se tornó masivo después de cada conflicto bélico, en 1967 y en 1973, tras las intifadas de los años 90 o después de las intervenciones en Gaza. Muchos otros deben vivir sitiados en sus propios hogares.

Hasta aquí la historia es bien sabida. Lo que no mucha gente conoce es que existe un polo de resistencia que se encuentra a unos 13.000 kilómetros de distancia de Palestina y con un océano por medio; en Chile.

Hasta bien entrado el siglo XX, Chile fue uno de los países geográficamente más aislados del mundo, delimitado al norte por el desierto de Atacama, el más árido del mundo, al sur por la inhóspita Patagonia, al este por la imponente cordillera de los Andes y al oeste por la inmensidad del océano Pacífico. Aunque no hay censos oficiales, Chile acoge a cerca de medio millón de palestinos y sus descendientes suponen la mayor diáspora fuera de un país árabe y la tercera en total, solo detrás de Jordania y Líbano.

Del barco al burro

La palestina, es a día de hoy, una de las comunidades más representativas y organizadas del país andino. Una comunidad que se remonta a finales del siglo XIX, cuando comenzaron las primeras migraciones desde Oriente Medio. Estuvo motivada más por la necesidad de abandonar Palestina que por la vocación de llegar a Chile.

«La primera ola migratoria fue la de aquellos que prefirieron emigrar a cualquier lugar antes que servir en las filas del Ejército otomano», relata Anuar Majluf, presidente de la Federación Palestina de Chile. A finales del siglo XIX Palestina, así como la mayor parte de Oriente Medio y la Península Arábiga, seguían bajo ocupación otomana. El otrora «gran imperio turco», que estaba en plena decadencia, nutría su Ejército en gran parte de jóvenes árabes. Aquellos primeros colonos árabes ingresaban de hecho, con pasaporte otomano, y es por ello que todavía a muchos descendientes de palestinos, sirios y libaneses los apodan «turcos».

El camino hacia el exilio voluntario comenzaba por lo general en el puerto de Jaffa, haciendo escala en Italia o Marsella para luego desembarcar en Buenos Aires. Finalmente, tras remontar la cordillera de los Andes, normalmente a lomos de un burro, alcanzarían su destino.

Chile era entonces un Estado de reciente creación y tremendamente despoblado, especialmente tras las ocupaciones militares de La Araucanía –núcleo territorial del pueblo mapuche– al sur, y las regiones de Antofagasta y Tarapacá al norte, que pertenecían a Bolivia y Perú respectivamente. Por lo tanto, aquellos primeros migrantes palestinos tuvieron oportunidad de expandir su influencia a lo largo del país. Es tal su presencia, dice Majluf, que incluso se mantienen refranes que aluden a ello: «En todos los pueblos de Chile uno encuentra un cura, un carabinero y un palestino».

Si bien saber por qué aquellos primeros palestinos se decantaron por Chile sigue siendo un misterio, lo que está claro es que generaron un flujo migratorio que duró décadas. Y repuntó con cada evento histórico que azotó Palestina, desde el establecimiento del mandato británico.

Integración exitosa

La mayoría de los palestinos que viven en Chile mantienen su identidad, pero lo cierto es que su situación poco tiene que ver con la del resto de diásporas palestinas. A diferencia de los del Líbano –dónde prácticamente son ciudadanos de segunda–, de Siria o aquellos que viven en los territorios ocupados, en Chile gozan de ciudadanía completa y derechos sociales y políticos.

Opina Majluf que ello tiene que ver con el propio desarrollo histórico de esta peculiar comunidad. «No se puede generalizar, pero en términos generales la integración ha sido exitosa. Chile ha sido un país amigo para los palestinos», resume.

Basta con entrar al Club Social Palestino de Santiago de Chile para darse cuenta de la opulencia que rodea a la comunidad. Es un club de campo en toda regla y nada tiene que ver con las edificaciones informales y laberínticas que uno puede encontrar en los campos de refugiados de Shatila o Baadawi.

Lo cierto es que hoy en día es común encontrar chilenos de origen palestino entre las élites industriales, políticas y académicas del país, algo equiparable a otras colectividades como la inglesa o la vasca. En general la historia dominante entre los palestinos es la de un grupo de personas humildes que huía de un imperio en descomposición, sin conocimientos del país ni del idioma, pero que, contra todo pronóstico, prosperó.

«Los milagros no existen»

Sin embargo, hay quien cree que este relato tiene más que ver con la épica de un pueblo que con la realidad. Kamal Cumsille, profesor en el Instituto de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, opina que la historia de los palestinos en Chile está en gran parte mitificada. «¿Cómo puede ser que en pocas décadas los palestinos que supuestamente llegaron con una mano delante y otra detrás controlaran el 40% de la industria nacional y prácticamente la totalidad del comercio textil? Los milagros no existen», dice.

Según Cumsille, la teoría del milagro árabe en Chile no se sostiene. Basta analizar las características del grupo para entender su evolución. Demográficamente hablando, los palestinos de Chile son un grupo muy reducido y homogéneo. En su mayoría, cristianos ortodoxos provenientes de Beit Lahm (Belén), Beit Jala y Beit Sahour. Eran comerciantes y ocupaban posiciones relativamente acomodadas. Por lo tanto, no se trataba de campesinos que ante la falta de oportunidades decidieron probar suerte en otro lugar. «A finales del siglo XIX, Belén era una ciudad totalmente cosmopolita, centrada en el comercio y acostumbrada al trato con los extranjeros. Prácticamente todos sus habitantes hablaban otro idioma aparte del árabe. Todo eso nos hace creer que debían tener cierto capital cultural», señala Cumsille.

Las reformas políticas en el seno del Imperio otomano también pudieron motivar la migración, en opinión del investigador. Con el objetivo de modernizar el Estado, se estableció en el siglo XIX la ciudadanía universal, que conllevaría la pérdida de derechos históricos de muchas minorías. A partir de entonces los cristianos debieron servir en el Ejército y Cumsille considera esta como una de las razones por las que se produjo la emigración hacia Chile.

El profesor orientalista también cree que la imagen supuestamente negativa que tienen hoy los palestinos sobre el antiguo imperio fue tergiversada: «La historia que se cuenta hoy sobre el Imperio otomano se asemeja más a la narrativa antiotomana de los británicos y no a la que tenían los palestinos. Pese a que huían de ello, la primera institución que fundaron se llamó Sociedad Otomana», apunta. En cualquier caso, Cumsille no duda de que hoy en día hay un nacionalismo palestino fuerte en Chile.

Sea como sea, cuando llegaron los palestinos se encontraron un país de reciente creación, con una economía que apenas empezaba a ser lo que es hoy; un territorio para la extracción de materias primas. El comercio a gran escala apenas estaba desarrollado y ese era un sector que aquellos colonos llegados de Belén y sus alrededores conocían bien, especialmente la venta de textiles. Siendo prácticamente dueños de la industria textil del país, es más sencillo entender el aura de éxito que rodea a la comunidad, aunque en realidad solo algunos se enriquecieron. Otra llamativa muestra del poder que desarrollaron los palestinos fue la prensa: «En la década de 1930 había una prensa escrita en árabe consolidada en el país. Llegó a haber más de 30 periódicos», recuerda.

Una comunidad politizada

Pero quizás lo que más llama la atención de los palestinos es la unión que han desarrollado entre identidad y reivindicación política. Toda acción cultural desarrollada por la comunidad es sinónimo de resistencia y apoyo a la lucha del pueblo palestino. Esto resulta llamativo si se compara con otras diásporas. Al margen de los habitantes originarios del país, mapuches y atacameños entre otros, la sociedad chilena está conformada por diversas comunidades. Todas guardan en gran medida cierto patrimonio cultural, pero no tanto a nivel político.

Una de las razones por las que los palestinos han mantenido su vínculo con la nación reside en la organización colectiva y la creación de asociaciones. A sus 23 años, Dalal Marzuca sería otra activista estudiantil más, si no fuera porque forma parte de la Unión General de Estudiantes Palestinos, organización estudiantil para refugiados creada como parte de la OLP. Dalal y todas aquellas que forman parte de la UGEP no son refugiadas y aun así sienten que es también su lucha. «La UGEP en Chile surgió hacia 1983, como respuesta al momento político que se vivía en aquel momento en Palestina. Pese a tener altibajos, siempre ha estado presente en varias universidades», explica Marzuca.

Actualmente viven un momento de auge impulsado por el BDS (campaña internacional de Boicot, Desinversiones y Sanciones), lo que les ha permitido atraer nuevos integrantes, que no necesariamente deben ser palestinos según dice la activista: «El boicot es un reclamo efectivo a nivel de politización, que además tiene una gran capacidad comunicativa».

La UGEP es una más de las tantas asociaciones que trabajan por preservar la cultura palestina. La diferencia con otras comunidades es que preservar dicha identidad se convierte en una actividad política, un acto de resistencia cultural. Quizás el mejor ejemplo de esto sea el Club Deportivo Palestino. Su mera existencia desafía la ocupación de Palestina y el relato sionista según Dalal Marzuca: «Palestino fue fundado en 1920, es decir, 28 años antes de la creación de Israel, corroborando así la existencia de una identidad palestina, algo que el sionismo niega». Este humilde club por tanto, representa no solo a los palestinos de Chile, sino a toda la nación, que ve al equipo como una muestra de su propia identidad ante el mundo.

Cultura y política se entremezclan ante la situación de excepción que vive este pueblo. Que Palestina viva bajo una ocupación y los derechos de sus ciudadanos sean vulnerados impunemente es sin duda un reclamo para que los jóvenes sigan manteniendo un firme vínculo con la tierra de sus ancestros. Anuar, Kamal y Dalal pertenecen a diferentes espacios y generaciones, pero los tres comparten un firme un compromiso con la liberación de su país y la dignidad de sus habitantes, aunque los separen 13.000 km.