Johnny Rambo cogió su fusil

Irreductible en su empeño por otorgar a las dos criaturas a las que tanto debe, Rocky Balboa y John Rambo, Sylvester Stallone regresa con una nueva entrega de corte crepuscular con la que, supuestamente, dice adiós al veterano de Vietnam que tantas frases lapidarias ha legado al imaginario popular y que en su día se convirtió en abanderado de las posiciones más conservadoras e intervencionistas de la política estadounidense.
John Rambo ha pasado a ser una especie de ermitaño torturado por el eco de aquel conflicto bélico escenificado en Vietnam y que inspiraría la novela de David Morrell “First Blood”. De aquellas páginas asomaba la figura del excombatiente traumatizado y sacudido por la sociedad y que puso patas arriba una pequeña localidad, lo que daría pie a una suculenta franquicia cinematográfica cuyas progresivas entregas dictaron un delirio ideológico que se ha reconvertido en expiación por parte de su protagonista, el cual, y a falta de guerras, se atrincherará en un pequeño rancho de Arizona para proteger los rescoldos de la que considera su familia. Llama la atención la anacrónica galería de túneles subterráneos que Rambo ha construido bajo su hogar, un misterio que queda resuelto mediante el recurso de “locura” que su ahijada atribuye al ex-boina verde.
No obstante, el sentido último de estos túneles –tampoco revelo nada porque de inmediato se intuye– se explicará en el tramo final, cuando se transforma en particular campo de batalla en el que el otoñal “Sly” se enfrenta a un temible cartel mexicano liderado por dos hermanos encarnados sin excesivos problemas por Sergio Peris-Mencheta y Óscar Jaenada. Tal vez menos sangrienta que la anterior entrega, “Last Blood” cuenta con el imaginario violento que caracteriza a la saga y nos descubre que, curiosamente, “Juanito” (así lo rebautiza el personaje de Jaenada) Rambo recurre a las célebres estructuras subterráneas vietcong para enfrentarse a sus actuales enemigos.
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