Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Amazing Grace»

El misterio trascendental de Aretha Franklin

Hay misterios que se prestan a la especulación, y cada cual tiene su teoría sobre las razones que se llevó a la tumba Aretha Franklin para no permitir el estreno de “Amazing Grace” (1972-2018), en contra de los deseos colectivos de toda una legión melómana adicta a la música negra que esperaba poder ver y escuchar algún día esta irrepetible maravilla, cuyo valor cultural resulta incalculable. Nunca se trató de un problema técnico, porque si hubo un fallo de sincronización en origen entre la imagen y el sonido, seguramente achacable a la inexperiencia de un entonces treintañero Sydney Pollack en la filmación de conciertos en directo, sin olvidar que estaba ocupado en las complejas ficciones que le estaban dando prestigio, con el paso del tiempo y ya en plena era digital dicho problema fue resuelto definitivamente. Tampoco se trataba de una cuestión de dinero, como se llegó a decir. Puede que la Reina del Soul pidiera esos 800.000 dólares por derechos de imagen en algún momento, pero cuando el estudio Warner le ofreció cantidades muy superiores se siguió negando, así que el móvil económico queda totalmente descartado.

Estoy convencido, una vez analizado el documental, de que Aretha actuó movida por un profundo sentimiento espiritual. El reverendo James Cleveland, que la acompañó al piano durante los once antológicos minutos que dura el tema central de la película y que también dio nombre al álbum que registró la doble histórica sesión del 13 y 14 de enero de 1972, siempre mantuvo que se trató de un oficio religioso y no de una actuación al uso. Si a eso le añadimos el discurso del padre de la artista, el predicador Clarence LeVaughn Franklin, no queda otra cosa que levantar las manos a lo alto y gritar a coro ¡Aleluya! La catarsis colectiva queda como testimonio de la ascensión divina de una voz terrenal redimida por el góspel.