Víctor ESQUIROL
VERSIÓN ORIGINAL (Y DIGITAL)

Dolemite, el Pícaro

Esta semana voy a aprovechar el espacio de Versión Original (y Digital) para seguir con una de las líneas de debate que la última edición de Zinemaldia nos invitó a abordar. Me refiero a la clasificación entre “buenas” y “malas” películas con la que espectadores y críticos solemos solventar la inabarcable oferta cinematográfica. El amago de entrada en escena por parte de James Franco en lo que podía ser la consecución de su segunda Concha de Oro consecutiva (me refiero a la surrealista presentación de la no menos surrealista “Zeroville”) nos tuvo unos días más que entretenidos (incluso estimulados) dándole vueltas al asunto de marras: ¿qué es lo que hace que levantemos o bajemos el pulgar a la hora de juzgar una película? Y aún más importante: ¿este gesto puede llegar a hacer justicia al objeto de estudio? (ya avanzo la respuesta a esta segunda pregunta: No)

El caso es que la enésima producción que nos ha llegado este año de parte de la casa Netflix, ha hecho saltar la noticia porque ha logrado situarse por encima del homogéneo panorama al que nos tiene acostumbrados el gigante del VOD. Y no me refiero a “El irlandés” de Martin Scorsese, sino a “Yo soy Dolemite”, de Craig Brewer. Se trata del enésimo resurgir de Eddie Murphy, este titán (ya sea en la gran o en la pequeña pantalla) al que nunca podemos dar por muerto. En esta ocasión, su misión (tanto en las labores de productor como, por supuesto, de intérprete) es la de resucitar el recuerdo de Rudy Ray Moore, artista presto siempre a abonarse a la disciplina que hiciera falta, con tal de no desaparecer del mapa.

La escena negra estadounidense de la década de los setenta presenció el resurgir eterno de un hombre que se empeñó en marcar tendencia en la faceta de músico, humorista y, por qué no, cineasta. Por supuesto, nadie mejor que Eddie Murphy para ponerse en la piel de tamaña leyenda; de alguien que tendría en “Dolemite” su apuesta más arriesgada. Y a esto iba. A un film que si tuviéramos que juzgarlo cogiendo como referencia los cánones éticos y estéticos del siglo XXI, seguro que entraría por la puerta grande en el panteón de «películas malas».

“Dolemite” es, al fin al cabo, una película que ya en su día levantó intensos y airados debates a causa de su risible factura técnica, incluso a raíz de su frivolidad moral... y aun así, nadie pudo evitar que se convirtiera en un pilar de la cultura pop afroamericana. El director Craig Brewer nos cuenta el increíble proceso de gestación de dicha «basura fílmica», firmando así un biopic que parece la mezcla perfecta entre el “Bowfinger, el pícaro” de Frank Oz y, evidentemente, el “Disaster Artist” de James Franco.

De la mano de Eddie Murphy, London Worthy, Craig Robinson, Tituss Burgess, Mike Epps y Wesley Snipes (atención a este último, otro maestro de las reapariciones estelares), lo “malo” se convierte irremediablemente en “bueno”. Porque es divertido (a ratos, mucho), porque es entrañable... pero sobre todo porque refleja, mucho mejor que la mayoría de productos de la “alta cultura”, ese espíritu lúdico que puede hacer del cine la mejor cura para el sinsabor al que habitualmente nos condena la vida. Amén.