Aritz INTXUSTA

LOS NAZIS DEL MONTE TAIGETO

Una exposición en el Baluarte de Iruñea aborda las atrocidades cometidas por la Aktion T4, un programa nazi de ejecución de niños y enfermos para depurar la Volksgemeinschaft, la «comunidad popular». Un comité médico ordenó matar a 5.000 menores.

En la antigua Esparta, un consejo de ancianos acudía a visitar a cada recién nacido. Esta gerusía valoraba si apuntaba tener el vigor físico suficiente como convertirse de mayor ser un guerrero homoioi. En caso contrario, si se le encontraba débil o con alguna deformidad, era llevado a la cordillera del monte Taigeto, desde donde se le despeñaba o, más comúnmente, era abandonado para ser devorado por las bestias.

Una «eutanasia» de niños al estilo de la espartana fue recuperada por los nazis. Su práctica masiva comenzó apenas un mes después de la invasión de Polonia de setiembre de 1939. Arrancó con la carta de Adolf Hitler que ilustra este reportaje. Se le conoce como el programa Aktion T4, tomando el nombre del cuartel donde se instaló el puesto de mando. Ahora es el tema central de la exposición “Asesinado por convicción”, que permanecerá en el Baluarte de Iruñea hasta el día 20 de diciembre. César Layana, uno de los responsables del Instituto de la Memoria, explica de este modo la oportunidad de traer esta exposición tan dura: «Lo que se vivió en Nafarroa fue una manifestación del fascismo que se extendió por toda Europa y, por tanto, no se puede entender sin fijarnos también en qué sucedía en otras partes».

Si los espartanos mataban niños en busca de la perfección de su casta guerrera, los nazis lo hacían para depurar la «comunidad popular», la Volksgemeinschaft. Para ello, llevaron a cabo esta práctica bajo un prisma científico, dejando la decisión de si un niño merecía o no vivir a un comité médico.

Al poco de acabar la Gran Guerra se pusieron en marcha en Alemania políticas de esterilización de las comunidades sinti y romaní. La radicalización fue progresiva. En textos de 1936 aparecen ideas como las del médico Otmar Freiherr: «En el aire flotan ingentes esfuerzos por atacar mediante la ciencia el cuidado de la herencia y la raza en la Alemania nacionalsocialista. Por eso hay que afilar y empuñar bien la espada de nuestra ciencia».

Las matanzas durante la guerra

Una vez arrancada la Segunda Guerra Mundial se pasó de las esterilizaciones a la matanza de discapacitados, enfermos mentales y ancianos. El inicio de la ejecución de niños se ha datado unos meses antes, a raíz en una carta enviada en 1939 por un padre pidiendo permiso a Hitler para matar a su hijo discapacitado, cosa a la que el Führer accedió. Se habla de decenas de miles de personas ejecutadas, aunque algunas magnitudes son difíciles de cuantificar, puesto que se acababa con sus vidas junto a las de otros colectivos en los campos de concentración de Hadamar (cerca de Limburgo, Hesse), Grafeneck (Baden-Wurtemberg), Brandeburgo/Havel, Bernburgn (Sajonia-Anhalt), Sonnenstein (cerca de Pirna, Sajonia) y Hartheim (Austria). Tampoco todas las muertes requirieron del uso de gas, puesto que muchos murieron por su hacinamiento en condiciones infrahumanas. En paralelo, se creó la denominada Comisión del Reich para el Registro Científico de Enfermedades Graves de Origen Hereditario y Congénito. Esta institución investigaba a distintos tipos de enfermos. Para 20.000 de ellos propuso un tratamiento, consistente, en la mayoría de casos, en una inyección letal. La última palabra la tenía un comité compuesto por tres médicos: Werner Catel, Hans Heinze y Ernst Wentzler. En las unidades médicas que dirigía esta tríada murieron unos 5.000 niños. Aun así, en el conjunto de la Aktion T4, los menores de 19 años ejecutados fueron un 5%.

No fue una operación secreta que se descubrió una vez los rusos tomaron Berlín. La operación se hizo con cierta transparencia y hubo voces contrarias, como la del obispo Von Galen. En 1941, el Ministerio de Información polaco en el exilio anotó ejecuciones masivas en siquiátricos mediante «cámaras de desinfectación» (hoy conocidas como cámaras de gas).

Una vez se acabó con el Tercer Reich, este escándalo fue tomado en consideración y hubo juicios que concluyeron con importantes condenas. Pero, al poco, la dureza de los castigos se relajó y 1948 marcó un punto de inflexión. El fiscal Fritz Bauer, judío superviviente, intentó procesar también a los juristas que permitieron los crímenes. Acusó a 20 fiscales y presidentes de tribunales que hicieron caso omiso de las denuncias que les llegaban. No logró hacer justicia.