La guerra total que nunca detiene su avance

Las películas bélicas suelen tener muchos escenarios, además de interminables repartos corales y grandes secuencias de masas. En teoría podría parecer el género menos propicio para rodar con la técnica narrativa del único plano-secuencia, y tal vez por ello mismo Sam Mendes se ha autoimpuesto el máximo desafío imaginable en el “más difícil todavía” nunca antes visto. El colosal resultado hace que haya merecido la pena tanto esfuerzo, y no por lograr una mera exhibición del registro puramente espectacular, sino porque “1917” (2019) es un hito histórico que marca un antes y un después en la concepción de la película integral. Los acontecimientos recreados y la forma en que se filman forman un todo esencial, ya que la planificación del rodaje sigue la misma mecánica logística de un plan estratégico militar sobre el campo de batalla mapa en mano.
Sin embargo, una vez vista la película, no coincido con quienes la comparan con un juego de rol o un video-juego. En ningún momento la acción se reduce a superar una serie de pruebas o niveles de pantallas, sino que se supedita de lleno al factor humano representado por el soldado (George MacKay) que actúa de mensajero a lo Miguel Strogoff, para através del corredor de la muerte dispuesto dentro de un mundo en guerra, sobrevivir y cumplir una misión de salvamento. La suya es una odisea en el sentido clásico, y que en los físico está más cerca del pasado del cine mudo que del futuro del audiovisual, al recordar las gestas de Buster Keaton en su lucha titánica contra los elementos.
En cuanto a la polémica sobre la falsedad del plano-secuencia hay que decir que los cortes resultan imperceptibles, con lo que la experiencia inmersiva a vivir por el espectador está garantizada de principio a fin. Es una sensación de continuidad similar a la obtenida por George Miller en “Mad Max: Fury Road” (2015). La maquinaria bélica una vez puesta en marcha no para.

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