Oihane LARRETXEA

LA HISTORIA DE IRUN LA CUENTAN SUS MUJERES MIGRANTES

Ocho mujeres que dejaron su tierra natal para construir el futuro en Irun han compartido sus vivencias para tejer, entre todas, esa parte de la historia de la ciudad. Una muestra, hasta el día 30 en el centro Palmera Montero, nos trae sus vidas en fotografías y bertsos.

Había una necesidad, así lo sentían sus impulsoras, de contar la historia de Irun desde esas voces generalmente silenciadas. Voces de mujer. De mujeres inmigrantes. Porque simplemente no se les presta atención. Parean Elkartea ha tomado la batuta para traer al público el testimonio de ocho valientes que dejaron años atrás sus hogares, sus familias, sus vidas ya encaminadas para construir un futuro con más y mejores oportunidades.

Lilian Flores, Lourdes Rodríguez, Raquel López, Feliciana Godoy, Natividad López, Liliana Yovera, Hiroe Kiuchi y Presen Gastearena llegaron a la localidad a orillas del Bidasoa hace décadas algunas; hace años otras, como otras miles lo hicieron y lo siguen haciendo.

La exposición lleva por título “Emakume migratzaile (AK) artean” y en ella confluyen varias disciplinas artísticas. Por un lado, el fotógrafo Gari Garaialde, de Bostok Photo, se ha encargado de los retratos; por otro, sus vidas y vivencias se han recogido en una colección de doce bertsos gracias a la colaboración de Irunabar bertso elkartea, aunque en la muestra no se podrán leer todas las piezas. Todo el material, eso sí, se publicará en un fanzine. «Nos interesaba mezclar varias disciplinas y emplear la cultura para transmitir y contar historias que a la gente le llegan», explica a GARA Miren Lanz, miembro de Parean elkartea.

Destacan dos periodos migratorios: el que ocurrió en las décedas de los 60 y 70 y el que se dió desde el 2000 hasta los tiempos más actuales. Cada época tiene sus propias características, aunque en el fondo, señala Lanz, persisten elementos y sentimientos comunes, como los motivos económicos que empujan a migrar o la añoranza que se siente por el lugar de origen, aunque la «intensidad es diferente», agrega Lanz, porque no es lo mismo llegar desde Salamanca que hacerlo desde Nicaragua. «Lo que parece un testimonio aislado es universal, colectivizándolo se visibilizan muchas cosas», apunta.

Una vez escuchadas sus voces, nos preguntamos si las dificultades o facilidades de integración fueron diferentes. Así responde Lanz: «Como hipótesis, cuando emprendimos el trabajo, creíamos que sí, que se tiene ‘por más irunesa’ a una persona que ha migrado desde el propio Estado hace 40 o 50 años a una persona que ha llegado en los últimos veinte años desde un país extranjero. Eso lo percibimos y es una de las razones del proyecto. Sí creemos que se consideran de forma diferente». Entre los motivos, apunta, el tiempo que llevan en la ciudad. Por eso espera que en un futuro las mujeres que arribaron recientemente se sientan, las hagamos sentir, más integradas, más parte.

Dos migraciones, dos vidas

Lourdes Rodríguez tiene 75 años, llegó con 14 desde Salamanca y sus tres hijos nacieron en Irun. Regentó durante 40 años un ultramarinos y conoció a su marido en la cafeteria donde trabajaba. Raquel López Vega, licenciada en Derecho, tiene 37 años, llegó hace ocho desde Nicaragua, país donde trabajaba como ejecutiva de ventas. Llegó tras «una difícil ruptura matrimonial», tiene dos hijos que vinieron hace tres y trabaja cuidando personas mayores dependientes.

Los sueños fueron los mismos, también la necesidad económica que emprendió sus viajes, pero sus relatos son tan diferentes como la noche y el día.

Rodríguez describe la etapa entre los 14 y los 18 como «muy bonita», añade que «la vida más feliz que he llevado». Integrarse en Irun, a donde llegó de la mano de una paisana, sin más familiares, fue un proceso exento de problemas. «Encontré una gente buenísima». Aún recuerda aquel día de Reyes en que «la señora de la casa» cuyos hijos cuidaba, le regaló «un abrigo, un par de zapaticos y un paraguas. No lo olvidaré jamás».

En la actualdiad los problemas son otros, para la mayoría el principal es la situación de irregularidad. «Los primeros tres años que transcurren hasta que consigues los papeles eres una sombra, no existes. No puedes tener tarjeta sanitaria, ni abrir una cuenta en el banco. No puedes hacer nada», lamenta López Vega. «Cuando sales de tu país lo haces con una bolsa de ilusiones, pero la realidad es otra. Duermes con gente que no conoces, entras en una casa que no es la tuya… sales sin nada. Y cuando te topas con la realidad te das cuenta qué es lo que tomas y qué es lo que dejas», afirma.

Su primer empleo fue de interina, trabajando de domingo a domingo, sin descansos ni vacaciones. Hoy tiene contrato, pero no es fija sino eventual y eso sigue siendo muy inestable. Con todo, ella sola ha sacado adelante a sus dos hijos, de 18 y 10 años. Ellos no se ven fuera de Irun. «Sienten que este es su hogar», dice su madre.

Los últimos años, en especial desde que tiene todos los papeles, han ido a mejor, pero la experiencia sigue siendo dura, pese a encontrarse con gente que cuenta con ella y «trata de hacerme parte de la comunidad». En este sentido, Rodríguez cree que las mujeres que emigran hoy lo tienen más dificil que las predecesoras como ella. «Hay mucha desconfianza, cosa que antes no ocurría, aunque diría que poco a poco eso está cambiando», cree.