«Solitude», la otra historia de los pastores que emigraron a EEUU

«Solitude», de Juan Lekue y publicado por la editorial Txertoa, nos traslada a comienzos del siglo XX para embarcarnos junto a dos vascos en la aventura del sueño americano y mostrarnos su cara B, la que vivieron aquellos que enfrentaron las duras condiciones del pastoreo y llegaron a la extenuación… y la locura. Una novela que habla de la soledad, de la compasión y de la necesidad de tender la mano para que este mundo sea un espacio más habitable.

Amalur ARTOLA

Juan Lekue narra en “Solitude” (Txertoa) las vivencias de Jean Claude y Lucile, dos vascos que como otros tantos migraron a los Estados Unidos encandilados por la idea del sueño americano. En sus cálculos no cabía la posibilidad de que aquel sueño se pudiera convertir en pesadilla, al sufrir en sus propias carnes las duras condiciones de vida del pastoreo y la soledad extrema a la que se veían abocados. Es por esa sensación de abandono y olvido por la que Juan Lekue titula “Solitude” la novela, que significa «soledad» en francés e inglés, aunque la novela esté escrita en castellano. «La novela tiene ese choque lingüístico, porque ellos vienen de Iparralde y van a América sin saber inglés», explica Lekue.

Cuenta que la idea de la novela se le ocurrió cinco años atrás, en el festival de Boise. Le apasionó ver «cómo entendían ellos sus raíces», pero esas sensaciones se le vinieron abajo al leer un artículo sobre las duras condiciones del pastoreo, oficio al que se adhirieron la mayoría de los vascos migrantes. «En un país donde el triunfo lo es todo, hay gente que no llegó a alcanzar el sueño americano. Algunos levantaron sus familias y consiguieron salir de las duras condiciones del pastoreo para convertirse en ganaderos, otros volvieron a casa, pero otros tantos no pudieron: murieron en las montañas o se volvieron locos, porque las condiciones eran muy extremas». De estos últimos, los que sufrieron la otra cara del sueño americano, habla Lekue en “Solitude”.

El relato se inicia en Itsasu, pequeña localidad de Lapurdi, en 1911. Jean Claude y Lucile, como otros tantos vascos, sobre todo de la costa, del norte de Nafarroa e Ipar Euskal Herria, deciden emigrar a EEUU. «Era un viaje terrible, de hacinamiento, de falta de higiene y comida. No era como se ve en ‘Titanic’», recalca el autor, y añade que la llegada no era mucho más agradable: «No conocían el idioma y, cuando llegaban a los muelles, los mandaban a la isla de Ellis para mirar si estaban sanos y realizarles las 29 famosas preguntas, que eran las mismas que les hacían antes de partir de Europa, para ver si casaban. Luego tenían que desplazarse al norte, eran otros 5-6 días de viaje, todo sin conocer el idioma», afirma.

La pareja protagonista correrá mejor suerte que muchos otros. Se toparán con Valentín Agirre, propietario del hotel Santa Lucía –donde se ubicaba el restaurante Jai Alai, punto de encuentro de los vascos que vivían en la zona sur de Manhattan y en Brooklyn–, que cada semana se acercaba a los muelles a la voz de «euskaldunik ba al da?» con el propósito de atenderlos. «Era un hombre que lo tenía todo. Les cogía y los llevaba a su hotel, les daba de comer y les ayudaba en todo lo que podía; les guardaba la ropa y el dinero, llamaba a los hoteles en los que se alojarían en su viaje al norte, les ofrecía trabajo...», destaca Lekue.

Jean Claude y Lucile se dirigen a Nevada, a dedicarse al pastoreo: «En aquellos tiempos el pastoreo en América suponía una soledad dramática, en una naturaleza cruel, donde una persona con dos perros tenía 2.000 ovejas a su cargo, en pleno desierto y sin ver a nadie durante meses». Una circunstancia que «muchos no pudieron soportar», como es el caso de Jean Claude, «que se volverá loco».

Al compás de Ravel

Entre tanto pasa el tiempo, y con el tiempo cambia el contexto. El telón de fondo lo ponen la I Guerra Mundial, la gripe española, la Ley Seca y los cambios socioculturales como los avances en el cine o las nuevas tendencias musicales. «Todo eso se irá mezclando en la novela», adelanta Lekue. En materia musical, destaca la presencia en la novela de Joseph Maurice Ravel, el afamado compositor y pianista de Ziburu. «Ravel es el nexo de unión entre la música y los personajes», explica, y relata que al estar escribiendo escuchó “Agur izar ederra”, cantada por Amaia Zubiria y Txomin Artola, seguida del “Trío en La menor” de Ravel. «Tienen el mismo comienzo, y me acordé de que Ravel siempre dijo que el ‘Trío en La menor’ se lo escuchó a un pastor vasco. Ese fue mi nexo de unión». Junto a Ravel, asoman por la obra personajes reales como el escritor estadounidense J. D. Salinger o Charles Chaplin, «que estuvo en Iparralde en aquel tiempo y se casó con Oona O’Neill, que en su tiempo fue amante de Salinger».

Personajes reales y ficticios que el autor coloca en un espacio-tiempo documentado con esmero, en el que el lector se encontrará con la otra historia de pastoreo, la cara más oculta y amarga del sueño americano.