Arturo Puente
Periodista
JOPUNTUA

Panchovilla en la Llotja

En octubre pasado, a dos meses de las elecciones generales, diez partidos soberanistas e independentistas catalanes, vascos, gallegos, valencianos y baleares firmaron una declaración reclamando la autodeterminación y la libertad de los presos. El que se conoce como Pacto de la Llotja tenía un contenido programático muy básico, pero significaba una alianza histórica entre un ramillete de expresiones políticas diversas de contestación al Estado, que podían obtener entre todas casi un 10% de la representación en el Congreso.

La importancia de aquella declaración era compartida, pero los motivos iban por barrios. Para unos se trataba de advertir sobre la ineficacia de la propuesta de establecer una barrera del 5% para acceder a la Cámara española. Para otros, el símbolo de que fuera de Catalunya la idea de la amnistía tenía amigos, y no solo entre independentistas. La izquierda abertzale, además, encontraba en la Llotja un arma para arrinconar al PNV, que se negó a firmar aquel documento.

La potencialidad de aquella fotografía radicaba, sobre todo, en la aritmética parlamentaria. Formar un polo nacional diverso que pudiera plantear reivindicaciones de calado al Gobierno a cambio de un apoyo consistente e incluso de la estabilidad durante la legislatura era una oportunidad de oro. La declaración era el principio pero, después, debía venir todo lo demás. Quizás un grupo conjunto. Quizás una unidad de acción. Quizás una mínima reciprocidad y comunicación a la hora de negociar.

Ocho meses después, el acuerdo de la Llotja ha quedado en nada. ERC ha priorizado su propia táctica, EH Bildu la suya, la CUP una diferente y el BNG una cuarta. El ejército de Panchovilla ha negociado no con una sino con media docena de voces y cada cual comprando y vendiendo al mejor precio en el mercado del Congreso. Y así el Sánchez más falto de aliados ha encontrado siempre el apoyo necesario, una vez con uno, otra vez otro, hasta que finalmente ha conseguido sumar a Ciudadanos a su carro. Triste final para una buena idea y derroche de una alianza que pudo haber dado para más.