Amaia EREÑAGA
BILBO
Elkarrizketa
AIXA DE LA CRUZ
PREMIO EUSKADI DE LITERATURA EN CASTELLANO

«Yo no nací feminista. Para mí ha sido un proceso»

Con «Cambiar de idea» (Caballo de Troya), la escritora bilbaina ejerce de testigo de la revuelta social y personal provocada por el movimiento MeToo y el juicio de «La Manada». Una autobiografía sin tapujos, extrema a veces y que remueve conciencias.

Aixa de la Cruz dispara palabras no solo en sus libros, también en persona. Habla rápido. Todo aprovechable. Va a ser difícil sintetizarlo. En la solapa de “La línea del frente” (Salto de página, 2017) se puede leer que es «una de las autoras más interesantes de su generación». Una generación compuesta por mujeres nacidas entre 1978 y 1988 en el Estado español, que escriben la mayoría en castellano, y entre las que destacan nombres como el de la combativa Cristina Morales, todo un fenómeno editorial con títulos como “Lectura fácil” (Anagrama). Es evidente que han venido para cambiar cosas. A Aixa de la Cruz la encontramos estos días en una revista como “Vogue” compartiendo «algunas de sus lecturas feministas fundamentales», como reza el titular. Hace unas décadas sería impensable.

Tanto “La línea del frente” –su anterior novela, que adopta el título de la canción de Kortatu– como “Cambiar de idea” –premio Euskadi de Literatura en Castellano 2020– son muy «de aquí». En la primera reflexiona sobre la memoria y el papel de la ficción a la hora de construir el pasado. Y lo hace a través de la historia de una investigadora embarcada en una tesis doctoral sobre un escritor que militó en ETA y luego se suicidó. Mientras la prepara, visita a un amigo, encarcelado en la prisión de El Dueso. En “Cambiar de idea” tira de recuerdos abiertos en canal y análisis desde el feminismo para proponernos una especie de road movie sobre cómo intentar aceptarse a una misma.

En los Premios Euskadi ha habido más mujeres que nunca. Una buena noticia, pero igual esto puede tener otra lectura, como ha apuntado Uxue Alberdi (premiada en Ensayo en Euskara por «Kontrako eztarritik») en «Pikara Magazine» y en «Gaur 8». Alberdi alerta del peligro de que a las mujeres solo se nos tenga en cuenta cuando tratamos temas de género.

Hasta ahora destacaban particularmente las ausencias porque no somos tantas las que escribimos en este país y, de mi generación, hay 4-5 mujeres que sí podrían haberlo ganado y nunca lo han hecho. Esto es algo que afecta no solo a este, sino a todos los premios. Por tanto, me parece muy buena noticia que por fin este año hayamos sido mayoría y que los temas importantes se los hayan dado a mujeres. Esto también viene a rebufo de que desde 2017 ha habido un auge relacionado con el feminismo. Ha habido la sensación de que, por fin, el tapón se liberaba, que todas estas mujeres, que llevaban mucho tiempo escribiendo pero siendo muy poco publicadas y teniendo muy poca repercusión, de pronto comienzan a salir al escenario.

A mí me preocupan dos cosas: por un lado, lo que comenta Uxue, que este hueco que de pronto tenemos solo esté ligado al auge del feminismo y que solo se nos estén dando el micrófono ‘para hablar de nuestras cosas’; y, por otro lado, que incluso la presencia de mujeres en la mesas de novedades esté asociada a una moda. De pronto, parece que está de moda que mujeres jóvenes con libros más o menos combativos las acaparen. Lo peligroso es que eso no se consolide y que quede como una moda. Por tanto, está el peligro de que nuestra legitimidad esté exclusivamente unida al tema del feminismo y de que también su auge hegemónico esté asociado a un contexto, aunque se va a empezar a hablar dentro de poco, espero, mucho más de temas que están en la agenda, como el ecologismo, por ejemplo. No podemos dejar que solo nos den voz cuando el feminismo esté en los medios y que luego se nos quite el micrófono. Y, por otro lado, como te decía, ya era hora de que las mujeres empezaran a aparecer en los premios de las grandes editoriales: esto tiene que consolidarse escribamos sobre lo que escribamos. No podemos estar ligadas únicamente a hablar solo de ciertos temas.

«Cambiar de idea» es hija de momento concreto: del #MeToo pero, sobre todo, de la reacción social ante la violación de «La Manada». ¿Qué tuvo aquello que nos removió tanto como mujeres y como sociedad?

Para mí, el año 2017 estuvo marcado por conversaciones muy intensas y muy emocionales con mujeres de mi entorno que empezaban a hablar de experiencias de las que nunca habían hablado. Y creo que todo tuvo que ver con ‘La Manada’ y con que nunca se había reconsiderado la idea de que el consentimiento tuviera que ver con no decir que sí, con no poner resistencia. Eso hizo que muchas mujeres echaran la mirada atrás y dijeran: ‘Vale, yo aquella vez no puse resistencia, no dije claramente que no y, sin embargo, me doy cuenta de que esto no era un consentimiento por mi parte. Han pasado 5, 10 o 20 años y en su momento no fui consciente que hubiera sido agredida, pero ahora sí’.

Esto es muy interesante, porque tiene que ver con la misma estructura del trauma, que es algo que se experimenta un tiempo después de haber tenido un accidente. Entonces, lo que yo empecé a ver en el año 2017 fue que muchísimas mujeres habían sido agredidas en tiempos diferentes de su vida y que todas al mismo tiempo llegaban al punto de lidiar con esa experiencia. Era como si todo lo sucedido ocurriera de nuevo por primera vez en ese mismo momento. Claro, yo lo cuento en el libro: yo he tenido mucha suerte, he sido atravesada por ciertas violencias, he normalizado otras, pero a mí no me han violado. Ese año yo me convertí en una especie de antena testimonial de las violaciones. Tenía el síndrome del testigo: no sé qué hacer con toda esta información, y eso genera mucha impotencia y mucha rabia. Todas sentíamos impotencia. Salíamos a manifestarnos por el tema de ‘La Manada’ y recuerdo a amigas diciendo: ‘Esto es una vergüenza. Estamos aquí aplaudiendo y yo lo que quiero es tirar piedras’. Ni siquiera manifestarse públicamente era suficiente, porque estábamos absolutamente escandalizadas. Este libro es también algo que le exijo a la literatura: que permita hacer algo positivo o bello de cosas que en la vida real son traumáticas y tan violentas que parece que no tienen salida.

Hay dos niveles en la novela, uno, teórico; el otro, de crónica de una generación. El teórico empieza con las teorías «queer», de Judith Butler y Preciado, y termina con una feminista de los 70, Susan Brownmiller. Igual es porque soy de otra generación, pero me parece como cerrar el círculo.

Es bonito que me hables de la parte generacional, porque yo cuento en el libro que no nací feminista, porque para mí ha sido un proceso, pero sí que soy hija de una mujer que ha sido feminista siempre, incluso cuando no era algo que enarbolar en público. Ahora es muy fácil decir que eres feminista, pero en tu generación no tanto; aparte, mi madre era una madre muy comprometida... Y luego siempre está eso de la enemistad con la madre.

Yo creo que en el libro también hay una vuelta a reconciliarse con la madre y con el feminismo que hicieron nuestras madres. Ha pasado el tiempo, he seguido dándole vueltas a las cosas, sigo estando en muchos postulados mucho más cerca de las teorías queer que de los postulados del feminismo radical, porque sobre todo han pasado cosas muy desagradables con toda la transfobia que se está haciendo desde un tipo de feminismo institucional… Ese es otro tema. Vaya, que sigue habiendo un cierto conflicto en mi generación con el feminismo más de los 70, pero del libro lo que más me gustaba era que fuera un reconocimiento generacional y un volver a los orígenes, a reconocer la lucha feminista.

La imagen de los hombres en la novela también es muy interesante. Por ejemplo, su pareja, como muchos hombres ahora, está en un momento raro: se siente feminista, pero no sabe qué hacer con su papel de hombre o cómo «reinventarse».

Totalmente. En 2017 me pasaba que venía a pedirme bibliografía, porque de pronto le interesaba el feminismo. Como hice el doctorado con un perfil de género y tenía un cierto bagaje teórico sobre el tema, era como la experta de la familia en feminismo. Ningún hombre había tenido interés por el feminismo y, de pronto, tenían todo el del mundo y me pedían explicaciones. No era eso de ‘dame un par de títulos, que tengo interés por saber del tema’, sino ‘explícame por qué el feminismo me tiene que convencer’. Está la asunción por parte de los hombres de que esto es para nosotras algo innato, de que somos feministas por el mero hecho de ser mujeres y de que ellos, sin embargo, tienen que hacer un trabajo que tú no.

Pero quiero contestar a tu pregunta, sobre si los hombres se han sentido interpelados por el discurso del feminismo y se han dado cuenta de que el tipo de masculinidad que han encarnado o sus ideales de masculinidad ya no se corresponden con nuestro mundo. Lo que yo quiero enfatizar es que las mujeres también estamos en un momento raro; donde pongo el foco es en esa sensación extraña de que, de pronto, ha cambiado el paradigma cultural en el que estamos y de que lo que hace diez años era normal ahora es intolerable. Hace diez años veías a una mujer a la que le daba un bofetón su pareja por la calle y seguías adelante. Es decir, que todas nos vemos atrapadas en este momento de cambio que hace que mirar hacia atrás sea doloroso. Creo que es algo que caracteriza nuestro momento histórico, tanto para hombres como para mujeres, que hemos adquirido una conciencia que probablemente no teníamos tan desarrollada hace unos años.

La pregunta que surge es si esto va a dejar poso.

A mí me decepciona un poco intuir que el feminismo ha conseguido un nivel de hegemonía y altavoz como no había tenido nunca y ver que cierto feminismo más institucional se está acomodando. Me parece que el feminismo tiene que ser vocacionalmente antisistema; es decir, que tiene que ir en contra de todo tipo de dominación. No nos podemos quedar contra la dominación del hombre sobre las mujeres y permitir que las mujeres explotemos a otras mujeres racionalizadas, etc.

Por ejemplo, cuando lo de ‘La Manada’ ya empezaron a surgir las primeras fricciones de por qué no estamos saliendo a la calle por las compañeras marroquíes que están siendo violadas en los campos de la fresa. Es verdad que muchas mujeres que se sienten interpeladas por ese feminismo que está interesado en defender sus derechos de mujer blanca y privilegiada al final no utilizan el feminismo para dar el paso siguiente, que es empezar a cambiar realmente los sistemas de dominación que atraviesan todo el sistema. Me da miedo que quede en un feminismo light, en ese feminismo que interpela a Inés Arrimadas, que no sea realmente interseccional… Es que, para mí, no puede quedarse ahí la lucha. Porque el feminismo tiene que ser la puerta de entrada para cambiar el sistema de raíz y, entonces, todo lo que no vaya hasta el fondo me va a decepcionar.

La memoria, el papel de la ficción en la construcción del pasado, es algo recurrente en su obra. Dice que la historia es un cuaderno en blanco en el que hay que rellenar los huecos. ¿El papel de la literatura consistiría entonces en rellenar esos mismos huecos?

No me he dado cuenta hasta hace poco que “La línea del frente” está muy relacionada con “Cambiar de idea”. Aunque a priori son muy distintas, porque la propuesta literaria es muy diferente, tienen muchas cosas en común y una es la que comentas: que hay una reflexión sobre el papel de la memoria a la hora de reconstruir el relato. Me da igual que sea relato histórico o relato biográfico.

Al final, siempre rellenamos los huecos ficcionalizando y, a través de esos huecos, se meten el poder y la ideología. Como hay cosas que rellenar, ahí es donde entra el sesgo y donde podemos construir el relato en una dirección u otra. El otro punto en común es cómo de pronto cambia la ética según la cual entendemos este mundo: la gente que se queda atascada mira hacia atrás y entonces el proceso de recordar está lleno de culpa. En el caso de “La línea del frente”, la protagonista se ve en un proceso similar en relación al conflicto de Euskadi. Ella tiene como culpa, porque ha vivido en este país en el que pasaban estas cosas y ha sido una pija que no se ha enterado de nada, y se pone a repasar el pasado. Está el acto de recordar y que ese acto sea culposo o doloroso, porque ha cambiado el prisma y la forma en la que miras la realidad. De pronto, el pasado se vuelve incómodo.

Es decir, no hay una memoria única, sino muchas. En esta época en la que se está auspiciando una visión muy concreta en la literatura o el cine –la de un relato único, véase el caso de «Patria»– es interesante la visión desde «La línea del frente».

Al final, lo que yo saco en claro de esta idea es que el relato histórico es siempre un poco ficcional. Es decir, que hay literatura en el relato histórico y que, al final, lo que podemos hacer es intentar construir una verdad común a través de la proliferación de cuantos más testimonios subjetivos, mejor. Lo que dices sobre un relato único: lo que tendríamos que intentar promover es que existan diferentes relatos desde distintas subjetividades y diferentes lugares, para que, a través de todas sus contradicciones y la contradicción entre diferentes relatos, podamos intentar acercarnos a la ‘verdad’ entre comillas.