Raimundo Fitero
DE REOJO

El antes

Si hoy estamos en el después de ayer, penetrar en el antes es partir desde ayer, hasta la pérdida de la noción del tiempo, cuando las bacterias jugaban al mus. Todo fue antes. Es más, sigo con una duda razonada, si algún dios existiese o existiera, ¿cuál era el antes de su existencia? El antes de dios es el caos, la oscuridad o quizás una IA desconocida incluso por Iker Jiménez y sus bebedores convulsivos. Cuando el pensamiento se ofusca se entra en la fase en la que se advierte como una ley científica que en el antes todo había sucedido y que no quedan muchas cosas por inventar. Quizás un nuevo robot de cocina que haga huevos fritos con puntillas a partir de un mensaje de voz. El antes de antes de ayer nos acaba de visitar con un descubrimiento en Pompeya en que se ha encontrado un termopolio que, al parecer, no es otra cosa que una “barra de botanas”,  lugar para dar comidas y bebidas rápidas en la calle. Se han visto imágenes y produce una sensación de modernidad que a los resistentes a la cuentería nos da un ataque de incredulidad basada en la más insigne de las ignorancias. Me refiero al diseño, a su utilidad práctica, a la constatación de que se encuentren todavía estos tesoros arqueológicos en un estado de conservación tan evidente y que vengan a lavarle la cara a todos los negocios de “fast-food” que han arruinado nuestra idealización de la arte culinario y nuestra relación con el tiempo y el apetito. El antes que llega con efectos retardados, porque la palabra confinamiento ha sido elegida la que mejor representa este año que nos va poniendo en nuestra lista de ausencias a un compositor de más cuatrocientas canciones, el mexicano universal, Armando Manzanero, que vio un tarde llover y a gente correr y no estabas tú, y a un modisto francés, Pierre Cardín, que vistió a las clases burguesas.