Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «El inglés que cogió la maleta y se fue al fin del mundo»

Un viaje con escalas en el recuerdo

El veterano Timothy Spall se basta y sobra para soportar sobre sus hombros todo el peso dramático de esta road movie crepuscular. Decía Borges que existen dos tipos de literatura, la historia que relata el viaje del que parte –“Don Quijote de la Mancha”– y la que narra el regreso –“La Odisea”–.

En su apariencia, “El inglés que cogió la maleta y se fue al fin del mundo” podría inscribirse en los dos casos citados por el escritor argentino porque el anciano protagonista abandona la pequeña localidad en la que ha residido durante cincuenta años para viajar hasta la otra punta de Gran Bretaña y reposar, cual Ulises agotado, en su localidad natal. Spall transmite con sobriedad cada uno de los pasajes emocionales por los que atraviesa su personaje en este viaje físico e interior, cuyo trayecto incluye diversas etapas del pasado –en formato de flashbacks– y en el que los recuerdos forman parte del motor que impulsa este modesto y conmovedor filme. El viaje del anciano que parece portar en su inseparable y pequeña maleta todos los recuerdos que una vez cosechó a lo largo de su vida, adquiere su sentido y dimensión cada vez que el protagonista salta de etapa en etapa en una laberíntica línea de autobuses que transita por un paisaje cambiante.

En cada uno de esos tramos, los pasajeros delegan su asiento a otros y en este contínuo cambio se suceden las pequeñas anécdotas que animan un gran viaje que, de otra forma, hubiese derivado en un monólogo interior.

En esta epopeya tan humilde como titánica, se revela el dolor interior de un hombre que en el ocaso de su vida siente profundamente la pérdida de la mujer que la acompañó durante buena parte de su vida.

Vistas las propias limitaciones de la historia, en esta obra Gillies MacKinnon exprime al máximo sus posibilidades mediante un estilo sensible que tiene su mejor ejemplo en su elipsis inicial.