Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Peter Rabbit 2: A la fuga»

Es duro ser un conejo de acción

La segunda parte es mejor que la primera, y eso hace ya mucho tiempo que dejó de ser una excepción, como es de sobra sabido. El Peter Rabbit de Will Gluck resulta mucho más movido que su referente literario, porque se trata de una actualización de la figura creada por Beatrix Potter en 1902. Motivo suficiente para que a su adaptación le caigan las críticas, por el principio establecido de que el texto original siempre es mejor que la versión cinematográfica. Pero lejos de achantarse, Will Gluck se ha servido de dicha coyuntura para lanzar una autorreflexión metanarrativa sobre la actual explotación de la literatura infantil. Lejos de arrepentirse de haber hecho a Peter así de travieso, en esta continuación muestra cómo la vida en el campo se le ha quedado pequeña y marcha a la conquista de la gran ciudad, donde sus trastadas cree que van a ser más apreciadas.

Una vez en la City, el debate entre literatura y cine del que estamos hablando retoma nuevos argumentos, porque Gluck alterna la tradición de personajes marginales de Dickens y el sentido espectacular de la acción al estilo bondiano, confrontando otra vez lo viejo y lo nuevo. Mientras tanto Rose Byrne en el papel de Bea, un alter ego modernizado de la autora que vivió entre el siglo XIX y el XX, consigue vender sus ilustraciones de conejos, con lo que Peter se convierte en una celebridad. La presión mediática es tal que el protagonista sufre una crisis de identidad, pues no quiere ser una mascota para humanos, del mismo modo que su creadora no desea que los derechos de sus cuentos acaben siendo adquiridos y comercializados por un gran estudio de Hollywood.

Toda la película en esencia procura ser una extensión del mestizaje entre pasado y presente, habida cuenta del empleo de la técnica mixta que combina imagen real con animación, en la que Sony Animation ha adquirido una rara perfección. Es ante todo entretenimiento, pero también da que pensar.