Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Cry Macho»

Un fantasma quebrado, el niño y un gallo de pelea

Clint Eastwood se ha sacado de su polvoriento y ajado sombrero de cowboy un monumental filme menor. Un western filmado entre el crepúsculo y la sensación de que el viejo pistolero va desapareciendo, poco a poco, de la pantalla, lo que otorga a su amado subgénero de western fantasmales una nueva dimensión.

“Cry Macho” figura como un viejo proyecto de N. Richard Nash que, cansado de ser ninguneado por los estudios, optó por transformarlo en una novela que fue publicada en el 75. Pasado el tiempo ha caído en buenas manos pero, al contrario de lo que hizo en “Sin perdón”, donde Eastwood aguardó pacientemente a tener la edad que el personaje requería, en esta oportunidad ha tenido que aumentar la edad del viejo y magullado jinete de rodeo que protagoniza un nuevo viaje al otro lado de Río Grande, territorio abonado a quienes lo perdieron todo o se fugaron de la justicia en aquellos días en los que el Salvaje Oeste dictaba nuevos y cambiantes tiempos.

Con el paso de los años, el de Malpaso se ha especializado en apuntalar un estilo artesanal en el que impera el valor de la primera toma, un modelo tremendamente arriesgado pero que, en manos del veteranísimo cineasta y actor, se transforma en toda una lección fílmica. El detonante de la acción no es más que una excusa para que Eastwood plasme un relato en torno a la vida y en el que reflexiona sobre diversas cuestiones y discursos que una vez, tiempo atrás, señalaron su compleja personalidad.

De todo lo que recorre el filme, nos quedamos con la sensación de calma que emana de una pantalla por la que circula un viejo trotamundos de la pradera junto a un chaval que podría ser su biznieto y un gallo de pelea. Un viaje a ninguna parte en lo que importa es el momento presente, porque ya es tarde para mirar atrás y lo que aguarda al doblar la esquina carece de interés.