Una de las cosas que más me gusta de “Las leyes de la frontera” (2021) es su título, que te hace pensar en un western. La referencia está muy bien traída, porque el cine quinqui era un género que seguía las reglas de las películas sobre forajidos del Lejano Oeste, pero con la diferencia de que, en vez de huir de la justicia montados a caballo, lo hacían en coches robados. También pasa exactamente lo mismo que con las pelis de vaqueros, debido a que presenta una tipología que pertenece al pasado, por lo que en pantalla se impone la reconstrucción de época. Alguien me dirá que no es lo mismo hablar del siglo XIX que del XX, y más en concreto de finales de los años 70. Pero las casi cinco décadas transcurridas parecen una eternidad, habida cuenta de que por culpa del progreso el tiempo corre mucho más rápido, y la nostalgia empieza a ser un sentimiento acelerado. Carlos Saura fue el primero en expresarlo con “Deprisa, deprisa” (1981), que ya era una estilización autoral de los subproductos realizados en su momento por José Antonio de La Loma, que con todos sus defectos, al menos desprendían autenticidad.

Daniel Monzón es muy consciente de que la joven delincuencia actual no tiene nada que ver con la de la transición, por lo que no le queda otra que buscar la suplantación actoral con chicos y chicas que vienen de las academias de interpretación y no de las calles. Así que, junto con su guionista Jorge Guerricaecheverría, se inventa una historia de amor de las que sobreviven al paso del tiempo, a fin de que los personajes cobren vida y no sean devorados por la acartonada ambientación.

El recurso funciona muy bien como puro entretenimiento, igual que las persecuiones sobre ruedas, pero el triángulo amoroso se desequilibra por la parte del Gafitas, cuyo perfil está mal diseñado, convenciendo mucho más la agitanada Tere y el Zarco, que borda el especialista en villanos Chechu Salgado.