Koldo LANDALUZE
DONOSTIA
TURNO DE DÍA

Vampiros en la soleada California

Ni siquiera la solvencia interpretativa de Jamie Foxx logra reflotar este producto veraniego y de consumo rápido perpetrado desde Netflix. El encandenado de chistes sin gracia -incluídas las alusiones a la prolongación cinematográfica de la serie “Corrupción en Miami”, en la que Foxx encarnó a Ricardo Tubbs-, lastran sobremanera un filme que quiere ser gracioso pero nunca lo consigue.

Escenificada en la soleada Los Ángeles, Foxx se mete en la piel de un anónimo limpiador de piscinas que, para aumentar su jornal y poder pagar la ortodoncia y la educación de su hija, ejerce de cazador de vampiros para una empresa especializada en el ramo. Aquí se termina la originalidad de un filme de serie B en el que los secundarios tampoco aportan nada reseñable y que desaprovechan las posibilidades de actores como Peter Stormare. Es más, estos papeles terminan por resultar cansinos, como es el caso de Dave Franco, a quien le toca lidiar con el papel “simpático” de una buddy movie que nunca alza el vuelo debido a una historia diseñada sin excesivo fundamento y a una tropa de villanos chupasangres muy poco estimulantes y demasiado preocupados por cuestiones inmobiliarias.

Para paliar las carencias de su película, el director J.J. Perry imprime un ritmo frenético en las diversas escenas de acción que aderezan el filme, siendo la más destacable la encargada de arrancar el filme y que sirve como tarjeta de presentación al protagonista. Entre lo más reseñable está ese peculiar sindicato o agencia de cazadores de vampiros que se ven en la obligación de regir sus movimientos a partir de una montaña de normas funcionariales.