La servidumbre voluntaria
No hay que quemar libros para destruir una cultura. Basta con conseguir que la gente deje de leerlos», afirmó el autor de “Fahrenheit 451”, Ray Bradbury.
Atiborrados de información vacua y banal, de entretenimientos absurdos, sometidos al yugo de las omnipresentes pantallas, nuestros jóvenes son cada vez más incapaces de comprender un breve texto mínimamente complejo.
Con nuestro consentimiento, y nuestro activo ejemplo, las pantallas recreativas minan concienzudamente la inteligencia crítica de nuestros hijos; y vamos perdiendo una parte esencial de nuestra humanidad a medida que ya ni somos conscientes de nuestra servidumbre, incapaces de asociar el ascenso de la ultraderecha en todo el mundo con nuestra flagrante y satisfecha cretinización digital.
Parece que no nos interesa en absoluto preguntarnos acerca de los dueños de las pantallas, de las opacas corporaciones que rigen nuestro presente y nuestro futuro, y a las que abrimos de par en par las puertas de nuestra casa, de nuestra subjetividad y de nuestros deseos. Cuán poquísima información hay de Google en Google. El capitalismo desatado nos aboca a una cultura en peligro de extinción.

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