Valencia empieza a vislumbrar al fin la magnitud del desastre
Cuatro días después, los equipos de emergencias empiezan a coordinarse en medio de un caos general y acusaciones de falta de reacción contra las autoridades locales y española. La situación de las poblaciones más alejadas de la capital como Algemesí o Guadassuar es catastrófica y claman por una ayuda que llega a cuentagotas.

El martes 29 de octubre amaneció de manera distinta para cada valenciano pero terminó igual para todos. Claudia y Álvaro, por ejemplo, comenzaron la jornada en su casa del céntrico barrio de Ruzafa con el rito habitual de ejercicios de yoga y saludo al sol pero se quedaron absortos mirando la masa de nubarrones que llegaba amenazante por el suroeste de la capital. En realidad, todo el mundo las vio. Aquellas nubes llevaban ahí varios días, mutando como una coliflor hinchada y gris agitada por el viento. Parecían brotar del fondo del abismo y desde el domingo no pararon de crecer.
«Hemos sufrido varias inundaciones enormes pero no esperábamos que iba ocurrir lo que ha sucedido. Estamos desolados y muy enfadados con la gestión de la tragedia que han hecho los políticos», aseguran.
Lucía desayunó observando el espectáculo sombrío que se aproximaba desde el mar pero pensó que un aguacero torrencial siempre ha sido un rasgo habitual del paisaje levantino cuando llega el otoño. «Es lo mismo todos los años», comenta. Era cierto, hasta que dejó de serlo.
Mientras aguarda ahora a que el operativo dispuesto por la Generalitat en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia le asignen un destino donde ir a ayudar, recuerda que el amanecer del martes tenía una luz excepcional y que tras la rutina matinal de pasear a su perro, responder a los correos electrónicos y darse una ducha, hizo algo que nunca había hecho: Llamó a su madre y le dijo que aquello no era normal.
«Le insistí en que sacara el coche de un garaje subterráneo muy cerca del cauce del río Turia, que lo aparcara en la calle y que se quedara en casa», recuerda.
Lucía, Claudia y Álvaro están ahora noqueados. Valencia ha comenzado a limpiarse al cuarto día de la tragedia con fatigosa lentitud. Los tres dicen que los errores de coordinación de dos gobiernos ideológicamente enfrentados como el valenciano (PP y Vox) y el español (PSOE y Sumar) han vuelto a salir a reducir y ha resultado catastrófico.
GESTIÓN «NEFASTA»
«Cada administración intenta echar la culpa de sus errores a la opuesta. La valenciana descarga su responsabilidad en el gobierno central y viceversa», añaden. «Rodarán cabezas», afirman. «Esto no puede quedar así. Hay más de 200 muertos oficiales y al menos 1.900 desaparecidos que a estas horas nadie espera encontrar con vida», balbucea Álvaro con la mirada perdida.
Ninguno de ellos tuvo conocimiento de la DANA hasta las 10 de la noche del martes. «Falló todo», exclaman.
Esther es conductora de la línea 25 del autobús urbano. Se prepara para distribuir a los miles de voluntarios armados con escobas y palas congregados en el centro de coordinación de la ciudad.
«La gestión es nefasta. Hay barrios enteros y municipios arrasados que necesitan motobombas, excavadoras, tractores, agua y víveres de manera urgente. Hoy casi 96 horas después de la Dana parece que han comenzado a trabajar», indica.
Hace una mueca de desaprobación cuando alguien le pregunta hacia dónde están enviando a los voluntarios. «Algunos se han quejado porque no conocen el destino cuando suben a los diferentes autobuses que salen de la Ciudad de las Artes», indica. Hay quejas, cada vez más amargas, de que han llevado a varios grupos al Centro Comercial Bonaire, en la salida de Valencia hacia el sur. Una voluntaria asegura haber hablado por teléfono con una compañera que ha sido enviada a limpiar tiendas. «Por supuesto, todo el grupo se ha negado. No estamos aquí para ir a limpiar el local de Zara».
Esther, la conductora de autobús, asiente. «Es alucinante», afirma. No olvida el vídeo que el martes a media tarde difundió en presidente valenciano, Carlos Mazón, asegurando que la lluvia torrencial amainaría pronto. «Se espera que, en torno a las 18 horas, disminuya la intensidad del temporal», dijo.
Aquel video fue borrado de la circulación cuando miles de personas ya estaban con el agua al cuello. El menosprecio a las previsiones, el déficit de prevención y una alerta a la ciudadanía con doce horas de retraso tienen ahora otra riada encima: la del peso de los muertos, la indignación de las víctimas y la imagen de una administración autonómica fallida.
Los corredores solidarios también han desbordado a los dirigentes políticos valencianos. «Mazón minimizó la predicción de la Aemet -el Instituto Nacional de Meteorología- para evitar decisiones con consecuencias socioeconómicas y la DANA ha barrido su crédito», apostilla Anibal, un ingeniero que trabaja en labores de desescombro en la localidad de Algesemí, zona muerta en la amplia devastación registrada a 30 kilómetros al sur de la capital. Su aspecto es el de una estatua de barro. Está extenuado tras más de ocho horas entre el lodazal y la miseria. «Los valencianos tardaremos en olvidarlo», afirma con la voz entrecortada.
PISTA DE SILLA
La frontera entre la Valencia viva y la Valencia muerta corre a lo largo de Pista de Silla, la autovía que conecta la capital con Alacant. Un convoy de policías con perros adiestrados busca desaparecidos entre los escombros abriéndose paso a duras penas por los márgenes devastados de la carretera. Un retén de bomberos de refresco desembarca de autobuses urbanos junto a una escuela que antes tuvo que ser muy bonita, con sus ladrillos de colores y grafitis infantiles, de la que padres aterrados sacaron a sus hijos la tarde del 29 de octubre. La vida se abre paso como una forma de negar el peso insoportable de la tristeza y el pavor ante lo que pueden encontrar entre las montañas de chatarra. Algemesí es una zona inundable en permanente peligro de desaparición. Está construida sobre el meandro que forma el Río Magro antes de desembocar en el Júcar, el que alimenta de agua a toda la Albufera. Unos jóvenes equipados con palas corren hacia la devastación. La entrada al pueblo está cortada por guardias civiles. Piden identificación.
Al sur de esa frontera imaginaria que forma la Pista de Silla, la naturaleza está muerta, con pueblos enteros de la Ribera del Júcar como Guadassuar, Alcudia o Carlet, casi desiertos. Algemesí está arrasada. Aquí han muerto 13 personas y se calcula que de los 1.900 desaparecidos oficiales, varios cientos vivían aquí.
Jorge parece como borracho pero la sustancia que le hace tambalearse son las emociones de casi incantables horas sin dormir desde que el pueblo se puso en alerta. «Esto es un campo de batalla. Cuando salí de casa el miércoles, me derrumbé y me eché a llorar», reconoce.
Y Jorge no es alguien que necesite las lágrimas para mostrar humanidad, en parte porque trabaja a tiempo completo con personas necesitadas.
«Mi padre casi muere arrastrado por la corriente al ir a salvar su coche. Todos le gritamos que no fuera pero fue. Por fortuna, no sucedió nada», explica con los ojos velados por las lágrimas. Afirma no poder más y se aleja.
Juan Jorge, gruista, se trajo ayer su máquina para ayudar a desescombrar el centro de Algemesí. Todavía conmocionado por la tragedia, admite que nunca se ha encontrado ante nada semejante: «Es una zona de guerra», dice mientras se toma un respiro tras una noche agotadora.
Ahora sólo espera que le llamen para el relevo. Grupos de emergencia llegados de Murcia se afanan sobre las ruinas. «Por favor, dejen el paso libre para que podamos sacar escombros y podamos llevar medicinas a los que las necesitan», dice una mujer con la mascarilla antiséptica sobre la barbilla. Les llevará toda la noche liberar la calle principal del pueblo. El viento procedente del río Magro acerca un olor acre. Un joven con la ropa embadurnada de lodo llega de la parte más dañada de Algemesí mientras exclama: «Es como en una jodida película, tío, es como en una jodida película». Una mujer, también con toda la cara de barro, se aleja a paso vivo del cataclismo. Es incapaz de articular palabra, coge aire y movía la cabeza.
Por las calles embarradas sólo se escucha el ruido de las excavadoras, con patrullas de bomberos, sanitarios y policías que se relevan, filas de camiones que en estos cuatro días apenas han evacuado 3.000 toneladas de escombros de los millones de hierros retorcidos que aún quedan. Decenas de escombros esperan. «Y restos humanos que encontraremos en las próximas jornadas», reconoce el sargento de un equipo de la UME (Unidad Militar de Emergencias) llegado de la ciudad de León. Habla de cientos de desaparecidos, todos comprimidos, aplastados por la más salvaje riada de la historia de Valencia. Las carreteras han empezado a abrirse a una circulación que el sábado quedó restringida por decreto por la Generalitat. Los puentes que conectan decenas de localidades divididas por barrancos y riachuelos tardarán unos meses en rehabilitarse. Las tinieblas se levantan y el horror comienza a mostrarse con toda crudeza.

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