Iñaki Iriondo
NUEVO ESTATUS POLÍTICO

Presión social o elecciones

Si el nuevo Estatuto de 2004 y la consulta de 2008 no salieron adelante, no fue únicamente porque el EBB decidió meter el freno de mano y sustituir los referendos prometidos por elecciones, sino también porque no hubo presión social para mantener aquel pulso.

El proceso que puede abrirse el día en el que por fin se cree la Ponencia sobre el futuro del Autogobierno tiene antecedentes conocidos. Ahí están el nuevo Estatuto de la CAV, aprobado por mayoría absoluta del Parlamento el 30 de diciembre de 2004, y la Ley de Consulta, aprobada también por la Cámara el 27 de junio de 2008. Cabe apuntar además que la empresa que en este terreno acomete Iñigo Urkullu es más difícil aún que la que llevó adelante Juan José Ibarretxe. Aquel, tras la victoria electoral de 2001 sobre el tándem Mayor Oreja-Redondo Terreros, decidió transitar por el camino de la mayorías parlamentarias apoyándose, sin reconocerlo ni agradecerlo, en los votos de la izquierda independentista. Urkullu, que tiene el colchón de una mayoría abertzale de dos tercios, afirma de salida que busca una propuesta que pueda concitar también el acuerdo del unionismo. Ambicioso proyecto.

Sin prejuzgar cuál será finalmente el objetivo de la ponencia que proponga crear el PNV, ni cómo vayan a desarrollarse los trabajos, ni cuál sera el texto articulado que dé como resultado final, lo que ya ha dejado escrito la historia es que no habrá avances hacia la verdadera soberanía y ni siquiera hacia el reconocimiento del derecho a decidir -y mucho menos a su ejercicio práctico- si el trabajo institucional no se ve espoleado por la presión social de la mayoría plural abertzale. Y presión social no es organizar una, dos o tres manifestaciones, por multitudinarias que sean, sino crear un estado de opinión general favorable al salto de marco.

Hasta cuatro veces (27-9-2002, 21-3-2003, 28-11-2003 y 24-9-2004) se comprometió Juan José Ibarretxe en el Parlamento a plantear un referéndum sobre el nuevo Estatuto aunque las Cortes españolas dijeran no. Pero a la vuelta de Madrid convocó elecciones. También aseguró que el 25 de octubre de 2008 estaría en su colegio electoral de siempre votando en la consulta que había aprobado la Cámara en junio, y sabemos que aquello acabó con la prohibición de votar y en una movilización de menos de diez mil personas, con los tres lehendakaris cantando «Maite zaitut», de Pirritx eta Porrotx.

Pero no cabe engañarse. Si en esos dos momentos la mayoría institucional no se transformó en un verdadero pulso al Estado no fue solo porque el EBB se echó atrás, sino también porque no había ninguna presión social verdadera que le obligara a seguir hacia adelante.

A la vista de ello, quienes desde el ámbito político, desde el sindical y desde los movimientos sociales quieren avanzar hacia la independencia tienen la opción de quedarse a ver qué hacen el PNV y el Parlamento, para luego criticarlos duramente si no les gusta, o tomar la delantera e ir generando la marea que rompa los diques propios y los ajenos.

De lo contrario, el calendario resulta inexorable. Lo que volverá a haber al final de todo el proceso es una convocatoria electoral, con el PNV llevando de nuevo como bandera la promesa de que «esta vez sí». Lo que puede luego salirle electoralmente bien o mal, pero será siempre a costa de haber estado perdiendo el tiempo de todos.