IRATXE FRESNEDA
PERIODISTA Y PROFESORA DE COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL

Hannibal

Thomas Harris retrata en su novela «The Silence of the Lambs» a ese psiquiatra asesino, fascinante, temible, atractivo, que es Hannibal Lecter. Ama la música de Bach y ésta le acompaña en la dulce tarea de matar, por ejemplo, a los policías que le custodian cuando está encerrado en «su cómoda jaula». Su acto es salvaje, preciso. Bach es también su herramienta para poder realizar su cometido disfrutando. Y unido a la idea del disfrute, la idea de que quien no haya visto «El silencio de los corderos» de Jonathan Demme se ha perdido algo importante de la cinematografía de los noventa. No exagero si afirmo que el atractivo de este personaje literario es tal que bien merece ser protagonista de secuelas, precuelas y hasta de series de televisión y, así ha sido, desde que Michael Mann realizara «Madhunter» (1986). La NBC Estrenó el año pasado su mirada en torno al psiquiatra caníbal en la serie desarrollada por Brian Fuller: «Hannibal». Con Mads Mikkelsen en el papel de Hannibal Lecter, envuelto en unas imágenes sumamente estilizadas para lo que entendemos por serie de televisión (los tiempos están cambiando), el producto resultaba muy atractivo. Tras haber visto la primera temporada y haber disfrutado con sus bellas imágenes pornográficamente sangrientas, el resto parece no aportar demasiado el desarrollo creativo de las potencialidades del personaje, que queda diluido por una hierática interpretación de Mads Mikkelsen. A pesar de ser conscientes de la altura del trabajo del actor danés, en este caso, la obligada inexpresividad que exige el papel lo aleja de la excelencia. Aún así, la realización audiovisual de la serie es un goce para los sentidos, elegante y ambiciosa en su estilo. Tan elegante como ver «comer» a Mads Mikkelsen escuchando su pieza favorita: Las «Variaciones Goldberg» de Johann Sebastian Bach.