MIKEL INSAUSTI
CRíTICA: «Una vida en tres días»

Cuando el amor llega como un secuestro express

Por lo que voy viendo sobre las reacciones que ha suscitado la nueva realización de Jason Reitman, con su cambio de registro que le lleva a probar suerte en el drama romántico después de una trayectoría inicial dentro de la comedia social irónica y crítica, el debate se centra ahora en la verosimilitud de la historia de amor que cuenta, basada en una novela de Joyce Maynard. Esta misma autora ya inspiró a Gus Van Sant en 1995 su película «Todo por un sueño», donde un crimen pasional revelaba una trama de desmedida ambición personal, incluso también más allá de lo razonable o creíble.

En este caso el hecho delictivo es un secuestro express, que sirve al tiempo de metáfora sobre el enamoramiento repentino e inesperado. De esta manera «Labor Day» fuerza el esquema de breve encuentro tipo «Los puentes de Madison», por lo que se podría hablar de la variante romántica del llamado Síndrome de Estocolmo.

La situación en si no tiene porqué ser improbable, puesto que una víctima se puede sentir atraída por su captor debido a las más diversas razones. Las dudas surgen de un argumento demasiado preparado para que todo ocurra de la manera en que se dá. El flechazo, aún siendo accidentado, acaba resultando mortal de necesidad. Se juntan el hambre y las ganas de comer: ella echa en falta a un marido que haga a la vez de padre para su hijo adolescente, y él, por su parte, quiere desarrollar la vida familiar que no ha podido tener por culpa de la condena que le llevó a prisión siendo joven.

Están hechos el uno para el otro, y si aquel chico cometió un error ya lo ha pagado con creces, convirtiéndose en un hombre redimido, tal vez hasta demasiado perfecto. Cómo no se va a prendar la mujer del «peligroso» fugitivo, si es el rey del bricolage, de la mecánica, de la repostería casera y de los deportes de jardín. Josh Brolin es tan buen actor que no tiene problemas para hacer de tipo duro todo corazón, lo mismo que una Kate Winslet que sabe pasar del desanimo y abondono totales a recuperar la ilusión en un simple intercambio de miradas arrebatadoramente tiernas.