De Acapulco a Hollywood apurando la vida al máximo

Siento un cariño especial por esta película mexicana. En ello puede que influya la inclusión en la banda sonora de dos temas de Los Straitjackets, mi grupo favorito de instrumentales. También por el homenaje cinéfilo que dedica al veterano Hugo Stiglitz, todo un símbolo del cine de serie B hecho en México, al que Tarantino consagró el nombre de uno de los personajes de «Malditos bastardos». También, como no, porque Eugenio Derbez se inspira como humorista en Roberto Benigni a la hora de dar el salto al cine, provocando risas y lágrimas por igual a la manera de «La vida es bella».
El guión está muy pensado para que tales referencias tengan cabida, en todo lo tocante a la historia del hijo de un especialista de cine llamado Johnny Bravo, bautizado a su vez como Valentín, y, por tanto, obligado a seguir la tradición familiar que tiene su rito iniciático con los saltos en los acantilados de Acapulco que dan al mar desde una altura de vértigo.
Por razones sentimentales, el protagonista viajará de ilegal a Los Angeles, donde terminará trabajando en Hollywood como stunt, dado su origen en el riesgo. Lo más gracioso es que le toca hacer de doble de Johnny Depp (interpretado por otro doble), lo que es provechado para parodiar las películas de aventuras épicas precolombinas bajo el título ficticio de «Aztec Man», que se presenta como una broma a cuenta de «Piratas del Caribe».
Si durante toda la película uno no para reír, una inoportuna visita al médico arrojará una sombra en medio de tan risueño panorama, finalmente traducida en un desenlace para sacar los pañuelos y hartarse de llorar. Dicha vertiente melodramática toma como modelo lacrimógeno el clásico «Campeón».
La gran habilidad desdramatizadora de Eugenio Derbez hace que tan triste conclusión no resulte deprimente, porque sabe darle vuelta a través del concepto puro de la tragicomedia y encontrarle un sentido positivo sustentado sobre la idea de apurar la vida al máximo, no dejando que la muerte te quite lo bailado. Y es que no hay nada más vital en este mundo que reír y llorar a la vez.

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