El precio de olvidar un 27 de septiembre
(...) Las organizaciones a las que pertenecían aquellos cinco jóvenes antifascistas cometieron crímenes y matar es matar, mataron a algunas malas personas que torturaban y a otras que eran guardias simplemente porque no tenían muchas más oportunidades que escoger eso o la emigración. Es cierto que militantes de aquellas organizaciones habían matado, como es cierto que el Régimen utilizaba a la Guardia Civil, Policía Armada y Brigada Político Social para encarcelar, torturar y matar personas desarmadas (...).
Eran unos rehenes del Régimen molestos para todos, nadie los quería. La principal organización antifascista, el PCE, en aquel momento no solo estaba muy lejos de la lucha armada sino que defendía la «reconciliación nacional». Se trataba de luchadores desesperados, ni siquiera muchos de quienes comprendíamos su desesperación, porque era la nuestra, estábamos de acuerdo con sus métodos. Sus cadáveres escarnecidos fueron entregados a sus humillados familiares y la historia siguió su curso, más detenciones, torturas y muertes, hasta que brindaron con champán por una constitución que barrió mágicamente las tinieblas del pasado. Hicieron magia y ante nuestros ojos se desvaneció tanto el franquismo como el antifranquismo. Sin embargo, aquellos asesinatos fueron lo más real de aquel periodo, fueron una firma al pie del testamento político de Franco y la garantía de que el proceso político que, sin duda, sería arduo y azaroso nunca dejaría de estar bajo la tutela del Ejército.
(...) Escribo para recordar que aquello existió porque lo que vino después lo sepultó y solo se nos permitió recordar a un abuelete «autoritario» y a una «dictablanda». Escribo este artículo para desmentir a los intelectuales que se dedicaron a explicar que los antifranquistas no eran demócratas. Por supuesto que no lo eran. Simplemente era imposible ser fácticamente demócrata en España, solo se podía ser franquista, antifranquista o no. Fuimos educados muerte a muerte por asesinos. (...)
Aquellos cinco cuerpos caídos no son una estampa agradable para nadie, mucho menos para una sociedad infantilizada que conmemora el asesinato de Miguel Ángel Blanco, pero no es capaz de recordar aquellos otros días de aguarda en que el Ejército los tuvo presos para el matadero. Olvidar, insistía Shakespeare una vez y otra, puede ser una bendición para un corazón oprimido pero el precio de que hayamos olvidado esas cosas terribles es tener a Rajoy y demás gobernándonos.

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