Joseba Salbador Goikoetxea

La alzada del chopo, una tradición milenaria que vuelve por sanjuanes

Un puñado de localidades vascas recibirá los sanjuanes alzando el chopo, una tradición ancestral que se hacía para pedir la protección de las cosechas y que sigue vigente hoy día pese a que podría tener 3.000 años de antigüedad, toda vez que sus orígenes nos remontan a tiempos de los fenicios.

Jóvenes portando el tronco en Arrasate, una escena que volverá a repetirse la semana que viene tras dos años de parón.
Jóvenes portando el tronco en Arrasate, una escena que volverá a repetirse la semana que viene tras dos años de parón. (Andoni Canellada | FOKU)

La tradición de alzar el chopo (tantai o makal en euskara) coincidiendo con la llegada del solsticio de verano no es muy conocida en gran parte de Euskal Herria, aunque en algunos municipios (alrededor de una veintena) sigue estando muy arraigada. Llama la atención que estos pueblos se sitúan geográficamente en los valles que rodean el monte Besaide: Debagoiena en Gipuzkoa, Atxondo en Bizkaia y Lautada alavesa, así como en la Sakana navarra.

Así, en Gipuzkoa, las cuadrillas de jóvenes que siguen manteniendo esta costumbre las encontramos principalmente en Arrasate, Aretxabaleta y Eskoriatza, así como en algunos puntos del Goierri (Zegama, Olaberria...), mientras que en Bizkaia las podemos encontrar en Atxondo, Abadiño y Berriz, y en Araba en Agurain y Done Bikendi Harana. Desde estas localidades alavesas, la tradición se extiende a las cercanas comarcas navarras de Sakana (Iturmendi, Ziordia, Bakaiku y Etxarri Aranatz) y Ameskoa (Larraona, San Martín, Zudaire o Murieta, ya en Lizarraldea). En este territorio histórico, llega también hasta el valle de Baztan (Arizkun y Elbete).

Antiguamente, sin embargo, la alzada del chopo estuvo mucho más extendida. En Sakana, por ejemplo, se realizaba en casi todas las localidades del valle, pero hoy en día ha desaparecido en muchas de ellas, como en Arbizu, Ihabar, Uharte Arakil, Hiriberri o Urdiain. Algo así ha debido de suceder con su denominación, puesto que cada vez son menos los pueblos que mantienen el término euskaldun «makal» o «tantai» como sinónimo de mástil o rama principal, y simplemente se refieren a ello como «txopua altxatu».

Es habitual decir que esta costumbre, como la de invocar el efecto purificador de las hogueras o de los manantiales de San Juan, es anterior a la llegada del cristianismo, algo que resulta obvio. El problema es que apenas se ha investigado el tema para tratar de conocer algo más sobre sus orígenes.

En un primer momento, se podría pensar que esta tradición, como otras muchas que perviven en Euskal Herria, tiene su origen en los celtas, expertos conocedores de la naturaleza y de los ciclos astrales, y que tenían por costumbre encender hogueras en la noche más corta del año. Celebraban el «Beltane», la fiesta que daba comienzo a la época de la luz y marcaba el inicio de la temporada de verano de los pastores, ya que era entonces cuando comenzaban a subir sus rebaños hacia los pastos de montaña.

Pero hay un detalle que aleja esta tradición de los celtas. Si echamos un vistazo a las zonas donde aún hoy en día se sigue «plantando el mayo» en la Península Ibérica, podremos comprobar fácilmente que una de las zonas donde más arraigada está esta costumbre es en el sur, concretamente en muchos municipios de Málaga, Cádiz y, especialmente, Huelva, zonas todas ellas con importantes asentamientos fenicios.

Por eso es muy probable que los celtas hubieran heredado esta tradición de los fenicios, una civilización que se extendió por todo el Mediterráneo entre los años 1550 y 300 antes de nuestra era, gracias a su potente comercio marítimo. De  hecho, los fenicios celebraban la fiesta «Mayumea», una exaltación de la primavera y de bienvenida a la época de las cosechas.

Esta costumbre pudo ser también heredada por los íberos, ya que hoy día está muy extendida asimismo en el País Valencià (donde se le conoce como «Plantà del Xop»), desde donde se extiende hacia numerosos pueblos del interior de la Península, en las provincias de Teruel y Cuenca.

Proteger cosechas y ganado

El objetivo de colocar el tronco de chopo no era otro que implorar la protección de las cosechas y del ganado, ahuyentando las tormentas y el granizo. Y es que el árbol ha sido desde siempre un símbolo de vida y fecundidad. Por ello, en muchos pueblos de Euskal Herria donde no se planta el chopo es costumbre adornar los portales por San Juan con ramas de fresno y espino blanco como símbolo de protección.

Otra curiosidad es que a esta costumbre que se repite año tras año por sanjuanes se le denomina «plantar el mayo», algo que tiene su explicación. En sus orígenes, la celebración del comienzo de la temporada de los pastos tenía lugar en el mes de mayo, algo que entronca directamente con la fiesta de los agricultores, San Isidro labrador (15 de mayo). De hecho, en las localidades de Sakana se mantiene la fecha de mayo y al chopo se le denomina «maiatzeko zuhaitza» o simplemente «maiatza».

En los municipios guipuzcoanos, sin embargo, la fecha de su celebración se ha ido modificando, por influencia del cristianismo, hasta hacerla coincidir con las fiestas patronales, en este caso los sanjuanes. Pero hay municipios como Berriz o Apatamonasterio (Atxondo), que lo celebran en sanpedros, y otros como Elbete (Baztan) que lo retrasan incluso hasta la festividad de la Santa Cruz de setiembre.


Momento de la colocación del chopo en la plaza de Apatamonasterio. Aritz LOIOLA (FOKU)

Otra importante característica de esta tradición es que constituye todo un rito iniciático o paso a la edad adulta de los jóvenes de la localidad. Hasta épocas recientes, en ella participaban los «quintos» que cumplían 18 años, aunque actualmente intervienen chicos y chicas de diferentes edades.

En vísperas de la celebración, las cuadrillas recorren las inmediaciones del pueblo para elegir un tronco largo, recto y delgado (de entre 15 y 20 metros). Una vez seleccionado y solicitado el permiso al dueño (no en todos los casos), se tala y se lleva al pueblo, donde se prepara eliminando la corteza y las ramas, salvo la del extremo de la copa.

El día elegido para su colocación en la plaza suele ser habitualmente la tarde de la víspera de San Juan. Ese día, las cuadrillas se reúnen para llevar el tronco a hombros hasta la plaza del pueblo, donde es introducido en un agujero previamente preparado al efecto. Debido a la longitud del chopo, su colocación no resulta nada sencilla, y para ello los jóvenes se valen de cuerdas y escaleras, aunque ello no evita algún susto casi todos los años.

Una vez colocado, las cuadrillas cantan y bailan alrededor del tronco y, en algunos sitios, compiten por trepar hasta la parte más alta para coger una bandera a modo de trofeo. En la localidad navarra de Murieta, en lo alto del chopo se coloca un muñeco relleno de paja como símbolo de todos los desastres meteorológicos que han sucedido en la localidad, motivo por el que al finalizar las fiestas termina quemándose en la plaza del pueblo.