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Mikel Zabalza, el conductor que nunca regresó a su autobús
Se cumplen cuatro décadas desde que Mikel Zabalza fuera arrestado por la Guardia Civil. Luego llegó su desaparición y el hallazgo de su cadáver. Quienes fueron sus compañeros como chóferes de los autobuses municipales de Donostia no han olvidado lo vivido entonces.
Antiguos y actuales trabajadores de DBus posan en el Boulevard. (Gorka Rubio | FOKU)
«Mikel vino muy ilusionado, llegó a trabajar, enseguida se echó novia, se metió en un piso. Era un tío sano, noble, que no se metía con nadie»
«Llegamos al Boulevard y entramos al Ayuntamiento. Y luego decidimos ir a Amara, al Gobierno Civil, pero ahí cargaron los policías, salimos corriendo y le dejamos a este (Alejandro Zabalza) solo con el autobús»
Las últimas semanas de 1985 siguen vivas en la memoria de muchas personas. El 26 de noviembre de aquel año, la Guardia Civil arrestó a Mikel Zabalza, a su novia Idoia Aierbe -ambos residían en el barrio donostiarra de Altza-, a su primo Manuel Bizkai y a Ion Arretxe. Al mismo tiempo, en Orbaizeta fueron detenidos dos hermanos de Zabalza, que serían puestos en libertad horas después. Luego llegarían la desaparición de Mikel, las denuncias de torturas, las movilizaciones, la humillación a sus familiares, la aparición de su cadáver en el río Bidasoa…
Mikel Zabalza era chófer en los autobuses de Donostia, entonces Compañía del Tranvía de San Sebastián (CTSS) y ahora DBus. En este 40º aniversario, 7K ha reunido a varios extrabajadores de aquella época para conocer de primera mano cómo vivieron los hechos y qué consecuencias tuvieron. Alrededor de una mesa en la sociedad La Esperanza, en la calle San Vicente de la Parte Vieja de Donostia, se sientan Roberto Carpintero, Guillermo Aparicio, Alejandro Zabalza, Txema Valle y José Mari Hernández. Todos, salvo Hernández, que entró pocos meses más tarde, conocieron en persona a Mikel Zabalza en mayor o menor medida.
Obviamente, una de las relaciones más estrechas la tuvo Alejandro Zabalza. El apellido no es una casualidad, Mikel era su primo, y fue él quien le animó a ir a Donostia. «Yo vine desde Orbaizeta, estaba aquí trabajando como conductor, y le dije que se apuntara también. Él entonces andaba llevando madera de allí para aquí y de aquí para allá. Estaba aburrido ya de eso, se apuntó y le cogieron. Eso fue en 1981», rememora. Entonces, como ahora, donde hay una frontera siempre hay una oportunidad para buscarse la vida, unas veces de forma legal y otras no tanto. El Pirineo ha sido tierra de contrabando y estraperlo.
Alberto Carpintero entró en la empresa en 1983. «Yo estuve poco tiempo con él, año y pico. La relación era como un compañero más, yo le definiría como una persona noble. Trataba bastante con él en el trabajo, pero luego no salíamos por ahí como si fuéramos amigos», explica.
Las antiguas cocheras estaban en Ategorrieta, entre Gros y el alto de Miracruz. El traslado hasta las actuales instalaciones no tuvo lugar hasta 2003. En el exterior de aquel vetusto edificio había un banco corrido en el que los trabajadores se sentaban a charlar en sus ratos libres. «Estábamos juntos allí a la hora del bocadillo, durante el descanso, antes de coger el servicio, era donde se hablaba, se contaban anécdotas. Eran además tiempos ‘revueltillos’ y siempre pasaba algo».
«Ahí es donde nos relacionábamos, aunque antes más que ahora», puntualiza Hernández. «Ahora cada uno va a su bola», lamenta Zabalza. Como cabía esperar entre cinco personas que han compartido puesto de trabajo y diferentes vivencias durante varias décadas, la conversación fluye a saltos, sin demasiado orden, entre la tristeza por algunos recuerdos y la sonrisa por el aluvión de anécdotas.
Txema Valle es el más veterano, lleva cerca de medio siglo en DBus. Podría estar jubilado, pero no le apetece, prefiere seguir en activo. «Me dio un infarto y llevaré unos 25 años trabajando a media jornada. Estoy en cocheras como ordenanza, me gusta el trabajo que realizo, nadie se mete conmigo, hago los trabajos que me dicen…», explica.
Txema Valle. Gorka Rubio | FOKU
José Mari Hernández. Gorka Rubio | FOKU
Guillermo Aparicio. Gorka Rubio | FOKU
Alejandro Zabalza. Gorka Rubio | FOKU
Roberto Carpintero. Gorka Rubio | FOKU
Recuerda que Mikel Zabalza «vino muy ilusionado, llegó a trabajar, enseguida se echó novia, se metió en un piso. Yo tenía bastante relación con él porque por aquel entonces tapizaba muebles, y me pidió que le tapizara el sofá. Pasé muchas tardes con él y para mí era un tío sano, noble, que no se metía con nadie. Tenía ilusión por hacer su vida, como todos».
Guillermo Aparicio, sin duda el más hablador del quinteto, era amigo de Mikel, uno de los integrantes de la cuadrilla. «Yo era de la cuadrilla de Mikel, éramos cuatro amigos, su primo Alejandro, Gotzon Lazkano -también conductor de la empresa-, Mikel y yo. Solíamos ir a Orbaizeta a pasar allí cuatro días, una semana, a su casa. Disfrutábamos mucho, íbamos al frontón de Garralda a jugar a pelota. Era una persona excelente, tenía su retranca».
«Era muy abierto, hablaba con todo el mundo», apostilla Alejandro. En cuanto tenía un par de días libres, Mikel regresaba a su hogar para visitar a su familia. «Cuando volvía lo hacía por Donibane Garazi, por Iparralde». En aquellos años aún no se había construido la autovía entre Andoain e Irurtzun, por lo que el trayecto entre Donostia e Iruñea se hacía por la vieja carretera que atravesaba el alto de Azpirotz.
Otras veces no iba hasta el pueblo. «En casa tenían ovejas, y en invierno las bajaban a Iparralde, e iba mucho a ver las ovejas», añade su primo.
Ninguno lo comenta abiertamente, pero en el aire flota la idea de que estas idas y venidas pudieron ponerle en el punto de mira de las sospechas de la Guardia Civil. «Había un cuartel de los ‘pikolos’ enfrente de su casa en Orbaizeta, ahí andaban, arriba y abajo. De allí era fácil cruzar la muga. Iba mucho porque era el mayor de los hermanos y allí hacía falta. Vino aquí a trabajar y todo lo mandaba para sacar adelante a la familia, eran nueve hermanos», subraya Aparicio.
En este contexto llegó la detención de Mikel y los demás. Guillermo Aparicio revela un dato que pudo resultar clave. «A Mikel le habían operado de apendicitis, que luego derivó en una peritonitis, fue un mes antes de la detención». Los contertulios no se ponen de acuerdo sobre si en la fecha del arresto ya se había reincorporado a su puesto de trabajo, aunque la mayoría opina que sí, pero coinciden en que aún se encontraba convaleciente de su paso por el quirófano.
En un principio, desde el comité de empresa quisieron desentenderse del tema. «En aquel momento, al margen de UGT, no había nada, funcionaban como una dictadura, con un tal Chaves como presidente del comité y su cuadrilla», apunta Carpintero.
«Cuando empezaron las movidas por Mikel, los jerifaltes de UGT no querían saber nada, no nos dejaban movernos. Así que puenteamos al sindicato, hicimos una asamblea con los trabajadores y decidimos salir. Los jefes de UGT se desentendieron, pero hubo gente del sindicato que nos apoyó, sin ellos no hubiéramos podido hacer nada», reconoce Guillermo Aparicio.
«Porque algunos ante todo son personas», apostilla José Mari Hernández, quien resalta que «era la vieja guardia de la Santa Compañía del Tranvía, aquello era imposible para los cuatro disidentes que estábamos, nos tenían machacados».
Roberto Carpintero había entrado en la empresa «el mismo día que un tal Lopetegi, que en paz descanse, con el que tenía bastante relación. Se daba la circunstancia de que la mujer de Lopetegi era hermana de la novia de Zabalza, eran cuñados. Así que él me contaba lo que le iba llegando, lo que le decían a la familia».
«QUE SE NOS VA»
«Un día Lopetegi me dijo: ‘Me parece que se lo han cargado’. Estando la novia también en Intxaurrondo vio cómo salían con una camilla tapada con una sábana, y decían ‘que se nos va, que se nos va’. Luego pasaron los días y es cuando se tuvieron que inventar la movida que corroboró lo que me había dicho este, que se lo habían cargado, que se habían pasado de la raya», comenta.
Aparicio añade que «Idoia, cuando salió, me dijo que había cantado mi nombre y el de otra persona, porque la machacaron, se me abrazó llorando. Les dieron por todos lados».
Con Zabalza oficialmente desaparecido, los trabajadores organizaron una asamblea y decidieron movilizarse. «Hicimos una pancarta y la pusimos en un autobús. No pedimos permiso a la empresa. Su primo iba conduciendo y los demás íbamos detrás andando, desde cocheras hasta el Boulevard. En la pancarta ponía ‘Hemen ez dago gidaria, non dago? Aquí no hay conductor, ¿dónde está?’»
«Llegamos al Boulevard y entramos en el Ayuntamiento. Andaba por allí Félix Soto, que por aquel entoncese sería concejal. Y luego decidimos ir a Amara, al Gobierno Civil -entonces estaba en la plaza Pío XII-. Ahí cargaron los policías, salimos corriendo y le dejamos a este solo con el autobús», narra Aparicio entre risas mientras señala con el dedo a Alejandro Zabalza.
Pancarta en las regatas de La Concha. Jon Urbe | FOKU
El Ayuntamiento de Donostia colocó una placa en recuerdo a Zabalza junto al cuartel de Intxaurrondo. Gorka Rubio | FOKU
MOVILIZACIÓN EN EL ANIVERSARIO
Esta movilización se repetirá el próximo 14 de diciembre, aniversario del hallazgo del cuerpo de Mikel Zabalza, en el marco de los actos organizados para recordar estos hechos y poner fin a la exposición itinerante que durante veinte días se podrá visitar en diferentes puntos de Nafarroa y Gipuzkoa.
Aquel 14 de diciembre “aparecieron” a Zabalza, tal y como había augurado el entonces ministro español de Interior, José Barrionuevo. «Desde que dijeron que se había tirado al río, llevaban rastreando la Cruz Roja, los bomberos buceando, y no encontraban nada. Y al cabo de un tiempo van tres ‘pikolos’ paseando y ‘boom, está ahí’», relata Aparicio.
En este punto se incorpora a la conversación Fidel Arizmendi, entonces un chaval joven también vecino de Altza y que entró a trabajar en DBus años más tarde. «Que lo hayan tenido en la bañera, en un ‘putzu’ en el cuartel, en Endarlatsa… eso es lo que falta, el secreto de sumario. Alguno sabrá», apunta.
Aparicio sigue con su relato: «El día que apareció salimos a la calle, y cada autobús que veíamos lo retirábamos, lo mandábamos a cocheras». Mientras, en Endarlatsa, a Mikel Zabalza «lo metieron en una caja en el coche fúnebre y salieron a toda pastilla para Iruñea, no dejaron que nadie lo viera. Lo llevaron al tanatorio, estaba la madre, Garbiñe, y un hermano. Yo fui con otros dos a la noche y no nos dejaron verle, dijeron que estaban haciéndole la autopsia».
Garbiñe Garate encontró así en la capital navarra el cadáver del hijo por el que había estado preguntando unos días antes en el cuartel de Intxaurrondo, donde tuvo que escuchar por boca del agente que le atendió una frase que ha quedado grabada en la memoria de este país como símbolo de impotencia ante la impunidad: «Vaya a preguntar en objetos perdidos».
Más tarde se celebró el funeral, en Orbaizeta. «Cogimos un autobús y se llenó, y tuvimos que coger otro porque había más gente apuntada. Fuimos más de cien personas, y eso que la empresa entonces tendría unas doscientas. Y fue la dirección. Ese día también hicimos huelga, pero la empresa no nos la descontó, las cosas como son. Fuimos todos vestidos con el uniforme. El cura en el funeral hizo un discurso un poco cañero y estuvo incluso amenazado», prosigue Aparicio.
Homenaje a Zabalza en Orbaizeta. Iñigo Uriz | FOKU
José Mari Hernández explica que «el cura era un encanto, y dentro de su historia veía las cosas de otra manera. Aparte de que conocía a Mikel un montón, porque en el altar de la fábrica había hecho algo con madera…», recuerda.
«Lo metieron en la tumba y nos volvimos para Donostia, pero después todos los años íbamos allí», concluye Aparicio el relato de aquellos trágicos días.
A nivel de la empresa de autobuses, la muerte de Mikel Zabalza «sirvió para que unos cuantos despertáramos». Se fundó un sindicato independiente que fue bautizado como Kurpil, aunque se daba la circunstancia de que el joven navarro era afiliado de ELA. «Al principio nos juntábamos quince, y terminamos siendo mayoría en el comité».
En su origen la Compañía del Tranvía era una empresa privada «que pagaba una mierda y nadie quería ir», por lo que se fue nutriendo de mano de obra inmigrante que llegaba de diversos puntos del Estado español. «La UGT venía colocando a su gente desde los años 50. Venían de fuera, les daban trabajo y les ponían casa. Era gente que venía a buscarse la vida, a currar», explica Hernández. «Y los de arriba se aprovechaban de esa situación para manejarles a su antojo», apostilla Aparicio.
Posteriormente, el Ayuntamiento se hizo con la mayor parte de la empresa y se comenzaron a convocar oposiciones, «aunque sobre las oposiciones habría mucho que decir», matiza Roberto Carpintero.
CRIMINALIZACIÓN
El intento de organizarse y pelear por los derechos de los trabajadores también tuvo que pagar el peaje de la criminalización. Lo cuenta Hernández: «Una vez fuimos a Madrid a apoyar a los de la EMT (Empresa Municipal de Transportes), que llevaban mes y pico de huelga. Hacían turnos de mañana o de tarde, y luego trabajaban con un taxi, con lo cual podían mantener la huelga indefinidamente y tenían mucha más fuerza. Se estaba desbordando el tema y no podían con ellos».
El Gobierno español necesitaba «alguien para destrozarlo todo», y se afanó en la teoría de la contaminación. «Así que nos detienen y al mediodía sale en todas las televisiones del estado que Guillermo Aparicio, Josu Iribar y Txema Hernández, afines al sindicato Kurpil, afín a LAB, afín a ETA, habían bajado a ‘aleccionar a la EMT de Madrid en la lucha callejera’. Palabras textuales, según el delegado del Gobierno en Madrid».
Gorka Rubio | FOKU
«Nosotros queríamos replicar, salir en los periódicos diciendo que eso no era así. Pero ellos tenían mucho más potencial, abogados, procuradores, y nosotros no teníamos nada. Necesitábamos dinero, pero el abogado Carlos Trenor nos dijo que no valía la pena, que íbamos a gastar millones de pelas y no íbamos a salir adelante. Teníamos la razón pero nos tuvimos que joder», concluye.
Guillermo Aparicio añade que, al día siguiente, «me llamaron de un periódico de Madrid, yo mosqueado, preguntándome cómo habían conseguido mi teléfono. ‘¿Es usted Guillermo Aparicio? Sí. ¿Es usted de Kurpil? Sí. ¿Kurpil es LAB? No. ¿Usted vota a HB? Mi voto es secreto’. Al día siguiente, en primera plana, Guillermo Aparicio, dirigente de estos que han estado aquí, ni confirma ni desmiente que es de HB. Tócate los cojones».
Historias al margen, han transcurrido cuarenta años y la herida sigue sin cerrar por la falta de reconocimiento. «Han estado en el poder muchos partidos que se denominan de izquierdas, entre ellos Podemos, o Sumar, o lo que sea. Eso está en secretos oficiales, lo pueden sacar cuando les dé la gana, y podemos enterarnos todos. Antes decíamos ‘¿dónde está Mikel?’, pero ¿dónde está el que tiene que sacar todo esto? Porque es lo más fácil que hay, es víctima de la violencia del Estado, por qué no sacan todos los papeles que tienen en Intxaurrondo, porque ahí estará todo escrito. Se puede saber, pero no quieren, ¿por qué? Esa es la pregunta. ¿Por qué se lo llevaron? ¿Por qué lo mataron? ¿Cómo se les fue de las manos? ¿Por qué torturaban?».
«Mikel tenía 32 años cuando pasó, ahora tendría 72. Saber ya lo sabemos, pero queremos que nos lo confirmen. Todos lo sabemos, el pueblo lo sabe, queremos que lo reconozcan», sentencia Guillermo Aparicio.