Bergoglio, el «animal político» que fue pieza clave en el sistema argentino antes de ser Papa
El fallecido pontífice no fue un arzobispo más: dejó una marca bisagra en el proceso político de su país la década previa a ser votado en el cónclave vaticano. Una ambivalente relación con Cristina Kirchner y Mauricio Macri y un enfrentamiento cordial con Milei.

El eterno Aristóteles, en su libro ‘Política’, define un tipo de ser vivo como el «zoon politikon», que significa literalmente animal político. Lo menciona al destacar las cualidades propias del ser humano, que a diferencia de los animales, posee la capacidad de crear sociedades, asociarse políticamente y organizar la vida civil.
En el país donde nació, se crió y ejerció su vida eclesiástica Jorge Bergoglio, suele utilizarse la frase «animal político» para describir a las personas que exhiben destreza y voracidad en su acción política. Eso mismo fue él.
Un porteño de nacimiento (gentilicio de los nacidos en la ciudad de Buenos Aires), oriundo del barrio de Flores y descendiente de italianos, Bergoglio era parte del engranaje esencial del sistema político argentino los años previos a su pontificado. Era un jesuita estratega, que supo jugar con los equilibrios de los diferentes vaivenes ideológicos de la Casa Rosada y también con los tiempos sociales.
En 1973 empezó a tener cargos de relevancia: fue elegido el provincial más joven hasta entonces, en un momento de enorme turbulencia política en su país, con el regreso de Juan Domingo Perón de su exilio en Madrid y la insurgencia de organizaciones guerrilleras. «Mi gobierno como jesuita al comienzo tuvo defectos. Tenía 36 años… una locura. Había que afrontar situaciones difíciles, y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista», señalaba Francisco en una entrevista en 2013 con la revista jesuita ‘Civiltà Cattolica’.
«El Papa peronista»
Para el submundo cristiano argentino, fue tachado como «el papa peronista». Es que dentro de la curia de su país, Bergoglio representaba no solo un sistema de ideas más reformista y menos liberal en lo económico, con un discurso que hacía énfasis en la solidaridad, sino que además lideraba un estilo intervencionista en la política. Si bien todos los obispos tiene contactos políticos y buscan influir, la acción de Francisco era constante y su manera de tejer alianzas y amistades personales con importantes actores políticos lo ponían en otra liga.
En 1998 fue designado arzobispo de Buenos Aires, el primero jesuita, y tuvo que capear muy pronto la debacle del modelo neoliberal y el estallido de crisis social del «corralito». Bergoglio tuvo una constante embestida del sector contrario, los «halcones» de la Iglesia argentina vinculados a la curia romana, que habían sido cercanos al gobierno del expresidente Carlos Menem.
El vínculo político y personal de Bergoglio con dirigentes importantes llegó a todos los niveles. Era confesor de la exvicepresidenta Gabriela Michetti; muy cercano al expresidente del Congreso de los Diputados, el kirchnerista Julián Domínguez, y también confesor de la exdiputada Elisa Carrió, cofundadora de la alianza electoral que llevó a Macri a la Casa Rosada; además de mantener diálogo constante con varios senadores, diputados y gobernadores provinciales clave.
Relación de péndulo con Fernández y Kirchner
Su relación con los expresidentes Cristina Fernández y Néstor Kirchner fue un péndulo: tuvo un comienzo bronco, y de hecho el expresidente se quejó públicamente en más de una oportunidad de las operaciones políticas sigilosas de Bergoglio. Una vez, en un discurso, incluso lo tachó de ser «el jefe espiritual de la oposición política». El arzobispo criticaba de manera indirecta la corrupción y la demagogia, con sus discursos llenos de metáforas. La tensión llegó a tal punto que Kirchner en 2005 fue el primer jefe de Estado en no acudir al tradicional tedeum de cada 25 de mayo, principal festivo patrio para Argentina que conmemora la primera revolución contra la corona española.
Es cierto que Bergoglio enhebraba constantemente alianzas con los sectores de la oposición. Pero sus vínculos, en uno de los países más laicos de Latinoamérica, siempre chocaban con los liderazgos y su necesidad política. Su primer pelea con Mauricio Macri fue cuando éste, siendo alcalde de Buenos Aires, decidió no recurrir ante la justicia un matrimonio entre personas del mismo sexo, cuando comenzaba a surgir la campaña por las uniones civiles igualitarias. Tampoco gustó que habilitara en 2018 el primer debate por la legalización del aborto, que no prosperó.
La vicejefa del gobierno porteño (teniente de alcalde), Michetti, era muy cercana a Bergoglio y solía oficiar de puente entre ambos líderes. Y también representaba un veto para algunas de sus propuestas. Quien sería Papa se había embanderado en la batalla contra la proliferación de casinos y casas de juego, haciendo discursos contra la ludopatía en las clases populares, y se sabe que fue él quien impulsó para que Michetti impidiera la autorización de ese negocio en la capital argentina, enfrentándose con el propio Macri. Ejemplos como esos en la cotidianidad política de aquel entonces hay miles.
Cuando muere Kirchner, Bergoglio se acerca a su viuda y recompone un vínculo muy dañado. De hecho, la Casa Rosada estaba enfrentada al entonces arzobispo. Cristina Fernández evitaba ir a la catedral de Buenos Aires para no cruzarse con él y participaba de ceremonias en catedrales del interior (fue la época en que se «federalizaron» los tedeum de los 25 de mayo). La aprobación finalmente del Matrimonio Igualitario en 2010 también provocó fisuras.
El día que Bergoglio fue votado en el cónclave vaticano, la primera reacción fue de críticas y resquemores. Pero al ver la buena recepción por parte de sus propios votantes, el giro fue copernicano y las alusiones positivas al nuevo Papa se convirtieron en costumbre, además de designar intencionalmente en altos cargos a personas muy cercanas a él (como fue el caso de Domínguez).
Tirantez con Macri
La relación tirante pasó a ser con Macri, con quien fue histórica la foto de frialdad en la que posaron juntos en el Vaticano en febrero de 2016, en esa primera visita presidencial a Roma. Tiempos después, ambos líderes volverían a reunirse en la sede papal (Macri fue en la segunda oportunidad con su hija pequeña y su esposa, para dotar de clima familiar el encuentro) y comenzaría un acercamiento gradual, gestado en buena parte por la exministra de Exteriores, Susana Malcorra, y los intentos de Michetti. Se consideró zanjada la distancia entre ellos con una entrevista de Francisco en la que calificó de «persona noble» al expresidente.
El regreso del peronismo a la Casa Rosada en 2020 coincidió con un perfil político más suave de Francisco, más ocupado en encarar el mundo de la pospandemia y la ultraderecha que en los menesteres argentinos. En el último año de su papado, Bergoglio vio cómo su país elegía presidente a Javier Milei, quien lo tachó de «imbécil», «hombre del Diablo en la Tierra» y de tener «afinidad con los asesinos comunistas».
Sin distancia con Milei
Muy diferente a lo que hubiera sido un Bergoglio activo e intervencionista, el Papa no puso distancia ante Milei y a pesar de los insultos lo recibió en el Vaticano en un encuentro formal, luego que el líder ultra expresara arrepentimiento por sus agravios durante la campaña electoral en una entrevista al ‘The Washington Post’.
En su última entrevista a un medio de comunicación argentino hace dos años, el ya fallecido Papa expresó su deseo de volver a visitar su país, el cual nunca volvió a pisar desde 2013, aunque no anticipó cuándo lo haría. Desde la Santa Sede siempre dejaron trascender que Bergoglio presagiaba que su visita desataría más polarización política y su figura se vería utilizada por el presidente de turno.
En esa última entrevista también volvió a esbozar una crítica: «No quiero ofender a nadie, porque yo también soy argentino. Pero...viendo los partidos del Mundial (el de Qatar 2020) usted los observa y ve que los argentinos tenemos eso, empezamos con entusiasmo las cosas pero tenemos una cultura de dejar todo a la mitad». El argentino más importante de todos los tiempos, el primer latinoamericano en ser Sumo Pontífice y en ocupar un lugar en ese milenario linaje, se ha ido sin volver al Buenos Aires que lo vio nacer como un animal político ineludible.

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