Vamo arriba, Pepe

Este es uno de esos artículos que preferiría no tener que escribir. Nunca es fácil, nunca es el momento adecuado para despedirse de alguien como Pepe. Uno de los nuestros. Se marcha un animal político, un militante, un compañero, que siempre arrimó el hombro y nunca tuvo miedo a pisar barro. Amigo y practicante de lo colectivo hasta el final. Un apasionado de la vida, una persona que sabía disfrutar como pocos de las pequeñas cosas, los pequeños momentos y, a la vez, atreverse a soñar y remangarse para embarcarse en las aventuras y desafíos quijotescos más enormes que podamos imaginar. Soñador y realista como pocos. Utópico y pragmático hasta la médula. Risueño, curioso, con un gran sentido del humor, pero a la vez gruñón y protestón. Tupa hasta la muerte, hasta el último aliento.
Se nos ha ido Pepe y, con él, poco a poco va desapareciendo una generación en Uruguay, en América Latina que se alzó contra las injusticias, que se organizó y atrevió a soñar un mundo mejor. Una generación que fue golpeada duro, pero que siempre supo, tal y como decía el propio Pepe, que la virtud estaba en levantarse otra vez y volverlo a intentar, en no cejar jamás, porque las únicas luchas que se pierden son precisamente las que se abandonan. Una generación a la que, sin duda, vamos a echar de menos. El MLN-Tupamaros ha dejado una huella profunda en todos nosotros y nosotras.
Pepe defendió siempre que lo importante era el proceso, el camino, en definitiva, el vivir la vida y el disfrutar haciendo lo que cada uno más amaba. Daba igual que esto fuese la literatura, la jardinería, la biología o cualquier otra cosa. Y que desde esa pasión y buen hacer de cada uno se podía mejorar este planeta de manera colectiva. El Pepe ciclista, guerrillero, estadista, senador, presidente, preso, florista o ministro predicó con el ejemplo.
Siendo muy joven y en un viaje iniciático a China conoció a Mao, atracó bancos, fue tiroteado y dado por muerto, se escapó del penal de Punta Carretas junto a más de 100 tupamaros, se movilizó en contra de las extradiciones de militantes vascos en el 94, fue rehén de la dictadura, perdió la cabeza –según él, nunca la recupero…–, recorrió el país de mateada en mateada, hablando con la gente, siempre con la gente, no existían atajos, los cambios profundos –decía– solo se podían y debían hacer con la gente, presidió Uruguay, asistió a cumbres internacionales, pudo compartir su visión con líderes mundiales, pero siempre acabo regresando a su chacra, a su casa.
Recorrió parte importante de ese camino junto a su pareja y compañera, Lucía Topolansky. Guerrillera, senadora, vicepresidenta, Lucía es también tupa hasta la médula, militante infatigable. Se conocieron en la clandestinidad, la cárcel y la represión los separó, pero a la vuelta de la democracia a Uruguay volvieron a reencontrarse y ya nunca se separaron. Las dos caras de la misma moneda, Lucía y Pepe. Facundo y Ana.
Pepe siempre defendió que la felicidad consiste en ser feliz con poco, en dedicar la mayor cantidad de tiempo posible a hacer aquello que amamos, y no a pagar cuotas, créditos de cosas que en realidad no necesitamos. El tiempo es, para Pepe, lo más preciado que tiene el ser humano, la vida. Y esta pasa volando, como para malgastarla en tonterías, diría. Pepe defendió la austeridad como modo de vida y de militancia, y la convirtió en sello de identidad del MLN y del MPP.
En la sala de su casa, entre pequeños recuerdos, libros que dibujan toda una vida, siempre destacaba una fotografía de Raúl Bebe Sendic, fundador de los Tupamaros, amigo, compañero y referente de Pepe, aquel que dijo esa frase luego mil veces repetida por Pepe y el conjunto de los frenteamplistas del Uruguay: Si nos ponemos a discutir sobre nuestras diferencias, nos podemos pasar toda la vida discutiendo. Si nos ponemos a trabajar sobre nuestras coincidencias, vamos a pasar toda la vida trabajando juntos. Y esa fue otra gran virtud de Pepe y de miles y miles de uruguayos, seña de identidad de la izquierda uruguaya. Una de las grandes herencias políticas de Pepe y su generación. Una manera de entender la militancia, la vida y de saber cooperar con otros sin necesariamente estar de acuerdo en todo. Algo que suena tan sencillo y resulta tan complicado.
En definitiva, Euskal Herria pierde también un referente, un paisano, un amigo y un compañero de viaje. Pepe no nos perdonaría que dejásemos de caminar de manera colectiva hacia esa Euskal Herria y ese mundo mejor. Vamo arriba, Pepe.

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