Al florista, todas las flores
Exguerrillero tupamaro, líder del Frente Amplio y referente de la ética política, José ‘Pepe’ Mujica ha fallecido a los 89 años con un legado que trasciende su gobierno (2010-2015). Repasa su figura Denis Merklen, director del Instituto de Altos Estudios de América Latina de París.

Muerte anunciada como pocas. A los 89 años de edad, falleció Pepe Mujica, en la chacra, donde vivía con Lucía Topolansky, compañera de todas las vidas que sembraron juntos. El exguerrillero se había convertido en uno de los líderes más escuchados, respetados y populares de América Latina. Como presidente de la República (2010-2015) y como uno de los más importantes líderes de la izquierda, las reformas implementadas por el Frente Amplio signaron la entrada de Uruguay en el siglo XXI.
Durante los tres gobiernos del Frente Amplio, entre 2005 y 2020, el pequeño país del sur retoma la herencia batllista y reanuda el camino de la socialdemocracia. Aprovechando una coyuntura favorable a la exportación de productos agrícolas, reactiva su economía y rompe su dependencia energética invirtiendo masivamente en fuentes renovables para llegar hoy a producir el 98% de electricidad descarbonizada. El empleo asalariado vuelve a ser la norma gracias a una reducción voluntaria del trabajo en negro y al restablecimiento de los consejos paritarios abolidos por la dictadura y nunca reinstituidos por los sucesivos gobiernos democráticos. La pobreza se reduce a la mitad y la indigencia se reduce al 1% de la población; se reforma el sistema de salud, ofreciendo un acceso muy progresista a partir de una combinación de público y privado.
Bajo la presidencia de Mujica, Uruguay legaliza el aborto y el matrimonio homosexual (2012), el consumo y la producción de cannabis (2014), y ese mismo año aprueba una ley de modernización del procedimiento penal y una ley de medios destinada a limitar los efectos monopolísticos de la concentración de la prensa.
Mujica presidente no olvida su pasado ni se aleja de sus principios. El 12 de mayo de 2014 es recibido por su par Barack Obama en el Despacho Oval de la Casa Blanca a quien ofrece su ayuda: el 7 de diciembre de ese mismo año, seis exdetenidos de la prisión de Guantánamo, «esa inmundicia», como la llama Mujica, llegan a bordo de un avión de la Air Force al Uruguay que les ofrece refugio. Y unos meses más tarde, 120 ciudadanos sirios, entre ellos 30 niños, llegan al pequeño país escapando de la guerra.
Ya en 1994, Mujica y sus compañeros habían conducido una inmensa movilización alrededor del Hospital Filtro de Montevideo para evitar que tres compañeros vascos fueran extraditados al Estado español, frente a la negativa del Gobierno de Luis Alberto Lacalle a darles asilo.
Las consecuencias de la crisis financiera internacional con la caída de los precios de las materias primas se hicieron sentir y pondrían fin al primer ciclo de gobiernos de izquierda. La economía se frenó y el empleo se volvió escaso.
El envejecimiento de los cuadros políticos de la izquierda, entre ellos Mujica, que tenía 84 años, hizo el resto. Por un estrecho margen de 30.000 votos, la izquierda perdió las elecciones de 2019. Los gobiernos del Frente Amplio fueron criticados sobre todo por los déficits en materia de seguridad. La instalación de carteles brasileños y colombianos en una lucha ciega por el control del puerto de Montevideo generaron un problema de nueva escala. Se abrió el paréntesis del derechista Luis Lacalle Pou (2020-2025) antes de la llegada al poder de Yamandú Orsi, electo presidente de Uruguay en 2024.
El guerrillero
José Mujica Cordano nació el 20 de mayo de 1935 en una zona rural al oeste de Montevideo. Hijo único de una familia de campesinos, tenía 8 años cuando murió su padre. Desde entonces, junto a su madre, cultivó de flores en la pequeña parcela de tierra que trabajaban para venderlas en los mercados de la capital y siguió haciéndolo incluso siendo presidente.
Apasionado por el saber, el joven José llegó a una clase preparatoria de derecho en el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo (IAVA), un instituto público situado detrás de la Universidad de la República. Allí se encontró con buena parte de la joven intelectualidad del Uruguay de los años cincuenta, entre ellos muchos refugiados de la guerra civil española.
El joven Mujica milita en el ala más progresista del Partido Nacional, del que se marcha en 1962 para fundar la Unión Popular, en alianza con el Partido Socialista. Un año después, con el asalto a un banco y un famoso robo de armas, contribuye a crear uno de los grupos guerrilleros más famosos de América Latina, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, del que se convertiría en uno de sus principales líderes.
Con 2,7 millones de habitantes, Uruguay era entonces una excepción en América Latina, gracias a las reformas del presidente José Batlle (1903-1907 y 1911-1915): La pena de muerte es abolida en 1907, la ley de divorcio sancionada en 1913, la Iglesia se separó del Estado en 1917 y las mujeres votan por primera vez en 1927, el país cuenta con el mejor sistema de educación pública del continente.
Gracias al considerable peso de una clase trabajadora protegida que abarca más de dos tercios de su población activa y a una tasa de urbanización superior al 80% desde la década de 1930, Uruguay cuenta con un modelo social que hará decir al sociólogo Alain Touraine que este país inventó la socialdemocracia, mucho antes que Austria o Alemania.
No obstante, en la década de 1950, la economía se estanca, la inflación y el desempleo se aceleran, y los partidos tradicionales se muestran incapaces de revertir la situación.
Los jóvenes tienen la sensación de un país sin futuro, corroído por la corrupción, donde la pobreza y la desigualdad se vuelven insoportables. Como muchos otros, concluyen que la «Suiza de América» se dirige inevitablemente hacia una dictadura.
Una reciente exploración de los archivos diplomáticos revela que este diagnóstico es compartido por los embajadores franceses que se suceden en Montevideo: diversos sectores del Ejército conspiran desde 1964 con el apoyo de las administraciones norteamericanas y del Ejército brasileño.
Los jóvenes abandonan las estructuras partidistas de la izquierda socialista, comunista y cristiana y toman las armas: se llamarán a sí mismos «tupamaros» en referencia a los gauchos rebeldes declarados fuera de la ley por la administración colonial española.
Fidel Castro y sus compañeros cubanos demuestran que la voluntad política puede vencer a dictadores, imperios e inercias conservadoras. Vietnam y Argelia ofrecen otros ejemplos. Los jóvenes se sienten capaces de tomar, si no el cielo por asalto, el destino entre sus manos. Pero esta joven guerrilla de Uruguay no seguirá ninguna receta; ni la de los focos del Che Guevara, ni la maoísta, de cercar las ciudades desde el campo: la lucha será urbana.
Gracias a su creatividad, los tupamaros se vuelven un ejemplo para decenas de grupos armados, desde Palestina hasta California, pasando por Italia, Francia o Alemania.
En 1971, 111 guerrilleros, entre ellos Mujica, se fugan a través de un túnel de la prisión de Punta Carretas, y unas semanas antes, decenas de tupamaras se escapan de la prisión de mujeres de Punta de Rieles.
Ese mismo año, desenmascararon al agente de la CIA experto en tortura y técnicas de contrainsurgencia, Dan Mitrione, y lo ejecutaron, inspirando la película ‘Estado de sitio’, de Costa-Gavras, con Yves Montand en el papel del espía. Secuestraron y luego liberaron a ministros, embajadores y diplomáticos.
En un famoso texto titulado ‘Aprender de ellos’, Régis Debray escribió en 1971 que «en este momento [...] se está desarrollando una lucha violenta que podría inquietar a las vanguardias revolucionarias de todo el mundo. La potencia explosiva de la lucha que libran los Tupamaros contra la oligarquía de su país trasciende con creces, por su alcance, las fronteras de Uruguay. No por sus operaciones sensacionales (secuestros, expropiaciones, ataques militares, fugas masivas) que llenan las portadas de los periódicos. Sino por una razón menos espectacular y más decisiva: simplemente porque han inaugurado con éxito una nueva forma de emprender la revolución socialista».
El temor a un posible contagio entre las juventudes de las capitales occidentales es tan intenso que, el viernes 16 de junio de 1972, el Consejo de la OTAN se reúne en Bruselas para estudiar el caso de los tupamaros, con un análisis encargado a Geoffrey Jackson, embajador del Reino Unido en Uruguay, que había permanecido preso durante ocho meses en la ‘cárcel del pueblo’.
A finales de 1972, la guerrilla es definitivamente derrotada por el Ejército, la mayoría de sus cuadros cae en prisión, el resto se exilia. Nueve dirigentes, entre ellos Mujica, serán declarados «rehenes» por la dictadura en1973.
Mantenidos en condiciones terribles de total aislamiento y tortura durante casi trece años, fueron confinados en pozos clandestinos en los cuarteles. No recuperarían la libertad sino en el marco de una amnistía general de todos los presos políticos en marzo de 1985, al regresar la democracia.
En 1989, los tupamaros crean el Movimiento de Participación Popular (MPP), que integra la alianza de izquierdas Frente Amplio. Mujica se presentó a las elecciones por primera vez en 1995, donde fue elegido diputado. En 2000 fue senador, en 2005 ministro de Agricultura, en 2010 presidente de la República y nuevamente senador en 2015 y 2019. El MPP posee hasta hoy la mayor bancada de legisladores del país.
La notoriedad
Ya antes de acceder a la Presidencia de la República, el exguerrillero había conquistado una inmensa autoridad dentro de la izquierda latinoamericana. Una reputación que germinó en la imagen de Uruguay como sociedad democrática e igualitaria; en la del Frente Amplio, cuya capacidad para preservar la unidad de la izquierda desde 1971 es admirada; y en la de los tupamaros, una guerrilla que nunca se obsesionó con la violencia y que supo escapar de la radicalidad y el sectarismo.
Gran parte de la prensa internacional alabará la integridad ética en el ejercicio del poder de quien fue rápidamente ensalzado como el «presidente más pobre del mundo». Una ética que resulta de una vida siempre llevada con la misma frugalidad, junto a su compañera, Lucía Topolansky, al volante de su Volkswagen Escarabajo por los caminos de tierra que lo llevan al palacio presidencial desde su pequeña granja.
Esa misma chacra donde, después de un día de ejercicio del poder, se le ve ocuparse de sus plantaciones de margaritas, y de su perra de tres patas, Manuela. Donde se le ve recibir, en las sillas de plástico de su jardín, a autoridades, periodistas y celebridades del mundo entero, desde el rey de España hasta el actor Sean Penn, el grupo de rock Aerosmith o los puertorriqueños de Calle 13, sin contar a los líderes y presidentes latinoamericanos que, todos ellos, acuden a la chacra.
El 6 de diciembre de 2024, en esa misma chacra, los presidentes Lula Da Silva y Gustavo Petro visitaron juntos al antiguo presidente, ya muy enfermo, para condecorarlo con la Cruz del Sur y la Cruz de Boyacá, las más altas distinciones de Brasil y de Colombia, respectivamente.
Aquel que nunca tuvo Twitter ni Facebook, quien siquiera tiene un smartphone se alzado una voz de enorme repercusión.
En 2012 toma la palabra en la Cumbre de la ONU sobre Desarrollo Sostenible en Río de Janeiro, y en 2013 en la 68ª Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York. En cada ocasión desata un verdadero maremoto en las redes.
Sus numerosos vídeos y entrevistas acumulan decenas de millones de vistas, es objeto de innumerables artículos de prensa de todo el mundo, de numerosos reportajes y documentales, entre ellos ‘El Pepe, una vida suprema’, de Emir Kusturica (2019), y de ficciones como ‘Compañeros’, de Álvaro Brechner (2018), se le han dedicado decenas de libros, desde ‘Tupamaros, guerrilla urbana’, de Alain Labrousse (1971), y no hay periódico del mundo que no haya enviado un periodista a la chacra, desde ‘Le Monde’ al ‘New York Times’, pasando por ‘El País’ de Madrid o la BBC.
Más que interesarse por sus cargos en el poder, el viejo militante se esforzó hasta el final en reunir «una barra» capaz de impulsar nuevas energías de transformación social. Y lo hizo con un mensaje doble y de una simplicidad cristalina que se ha ocupado de desplegar y multiplicar por todos los medios.
Como si hubiera sido un fiel discípulo de Hannah Arendt, Mujica asocia la libertad a la política y repite a cuanto joven quiera escucharle: «No eres una hormiga o un escarabajo, porque tienes conciencia. En lugar de seguir un destino natural, una tradición o llevar una vida sin sentido, puedes hacer algo con el mundo en el que vives. Toma el control de tu vida y construye un proyecto colectivo».
Luego, como si siguiera los ‘Manuscritos de 1844’ del joven Marx, advirte contra los peligros de la alienación social. «No pierdas el tiempo trabajando para ganar dinero, solo habrás perdido tu vida, tu tiempo de vida, cuya única importancia es vivirlo con los demás... ¡Vive como piensas o acabarás pensando como vives!». Y contradice a quienes lo tachan de pobre: «¡No soy pobre! No me someto a la obligación de perder el tiempo ganando dinero. Me reservo el tiempo para darme la libertad de estar con los demás».
«¡No soy pobre! No me someto a la obligación de perder el tiempo ganando dinero»
En 2019, tras la derrota electoral, Mujica impulsa un enérgico dispositivo, ‘El Frente te escucha’, en el que miles de militantes salen a ponerle la oreja al pueblo que los había sacado del poder. En 1985, libres al final de la dictadura, se dirigieron a las plazas y parques para iniciar una interminable serie de diálogos con la gente, las ‘mateadas’, para escuchar a ese mundo del que lo ignoraban todo tras trece años de aislamiento.
Mujica es entonces de los que, sin condenar las decisiones del pasado, escapan del conflicto armado hacia la democracia. En 2010, cuando accede a la Presidencia de la República, rechaza la residencia oficial y sigue viviendo en su casa, con Lucía, que se ha convertido en senadora, para estar cerca de «la mayoría del pueblo».
En 2020, deja su puesto de senador y todas sus responsabilidades para dar paso a los jóvenes. Entonces declara en su último libro de entrevistas, ‘Semillas al viento’ (GARA, 2023): «¿De qué sirve un viejo árbol si no deja pasar la luz para que nuevas semillas broten a través de su follaje?».
Este hombre corriente y su grupo de camaradas quizá nos hayan mostrado cómo sortear las encerronas de la Historia, tal como en 1971 le habían hecho un agujero al mundo para escapar de la cárcel.

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